San Atanasio (9): el arrianismo domina la Iglesia (350-361) y tercer exilio

POR influencia en el emperador Constancio de la facción anomea (arriana), se nombró entonces un obispo arriano para gobernar la sede de Alejandría, Jorge de Capadocia. Entre tanto, en Alejandría se generó una dura represión del ejército romano, encabezado por el general Siriano, contra los fi eles alejandrinos, enojados por el nuevo destierro de su patriarca Atanasio y el nombramiento de un obispo arriano. Atanasio recibió una copia de una carta del emperador Constancio a los alejandrinos, en la que denunciaba a Atanasio como instigador de disturbios.
El nuevo obispo, Jorge, desterró o quitó a todos los obispos nombrados por Atanasio para volver a poner obispos arrianos, cosa que favoreció la revuelta de los fi eles ortodoxos.
Atanasio, al ver la fuerte represión, se retiró a los desiertos del Alto Egipto, donde permaneció por
un período de seis años, viviendo la vida de los monjes y dedicándose a la composición de sus escritos más importantes.
Entre sus obras la primera que escribió fue la Apología a Constancio, y le siguieron la Apología por su huída, la Carta a los monjes, la Historia de los arrianos, etc. La leyenda, por supuesto, se ha mantenido ocupada con este período de la carrera del santo, y podemos encontrar en la Vida de Pacomio una colección de relatos repletos de incidentes, y avivados por el recuento de sus «escapes inmortales
en la brecha». Pero la obra más conocida es la Vida de san Antonio, se puede considerar como el documento más importante del monaquismo primitivo. No se trata únicamente de una biografía; es además un modelo de seguimiento de Cristo, una doctrina, un himno a Cristo Salvador y un testimonio de comunión eclesial; por ello, aunque Atanasio escribe esta carta a petición de unos monjes, expresa su deseo de que también sea leída a un público más amplio, e incluso a los paganos.
Así dice el epílogo: «Ahora, pues, lean a los demás hermanos, para que también ellos aprendan cómo debe ser la vida de los monjes, y se convenzan de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo glorifi ca a los que lo glorifi can. Él no sólo conduce al Reino de los Cielos a quienes lo sirven hasta el fi n, sino que, aunque se escondan y hagan lo posible por vivir fuera del mundo, hace que en todas partes
se les conozca y se hable de ellos, por su propia santidad y por la ayuda que dan a otros. Si la ocasión se les presenta, léanlo también a los paganos, para que al menos de este modo puedan aprender que Nuestro Señor Jesucristo es Dios e Hijo de Dios, y que los cristianos que lo sirven fi elmente y mantienen su fe ortodoxa en Él, demuestran que los demonios, considerados dioses por
los paganos, no son tales, sino que, más aún, los pisotean y ahuyentan por lo que son: engañadores y corruptores de hombres. Por Nuestro Señor Jesucristo, a quien la gloria por los siglos. Amén».
Tras la muerte de Constancio en noviembre de 361, Juliano el Apóstata, en febrero de 362, publica un
edicto que llega a Alejandría, autorizando el regreso de todos los obispos desterrados por su predecesor. Con esa medida el emperador esperaba provocar nuevas divisiones en  la Iglesia.
De regreso a Alejandría, Atanasio comprende que hay que restablecer la concordia entre los cristianos y
el mismo mes de febrero reúne un sínodo con veintiún obispos perseguidos en el reinado precedente.
Hay obispos que quieren excomulgar a los que han tomado posiciones ambiguas, y se oponen a los moderados que quieren restringir la culpa a los principales instigadores de la herejía. Atanasio se opone a esta excomunión. El sínodo culmina con la redacción de una carta sinodal, obra del obispo, que lo sitúa como verdadera cabeza de la Cristiandad de Oriente. Se profesa el credo de Nicea con una llamada a la reconciliación. Furioso por la infl uencia de Atanasio, el emperador Juliano escribe una carta pública dirigida a los alejandrinos diciendo que él ha autorizado a los obispos desterrados a que
regresen a sus ciudades, pero no a retomar sus funciones; en consecuencia, ordena a Eodicio, prefecto
de Egipto, que expulse al obispo Atanasio, basándose en que éste nunca había sido incluido en el acto
imperial de clemencia. El edicto le fue comunicado al obispo por Pyticodoro Trico, quien parece haberse
comportado con brutal insolencia. El 23 de octubre de 362 la gente se reunió en torno al obispo proscrito para protestar contra el decreto del emperador, pero el santo les urgió a deponer su actitud, consolándoles con la promesa de que su ausencia sería de corta duración. El obispo se exilia de nuevo remontando el Nilo hacia el Alto Egipto, donde es recibido por los obispos y los monjes de aquellas tierras (Cuarto exilio).