El despotismo anómico

HACE ya más de cuarenta años (7 de julio de 1981) se aprobó la ley del divorcio, pocos años después (5 de julio de 1985) lo mismo se hizo con la ley que despenalizó el aborto en determinados supuestos. La primera salió de un gobierno de centro derecha, la segunda de un gobierno socialista; desde entonces se han sucedido en España leyes que constituyen un atentado contra todo aquello que es
el fundamento de la vida humana y de la sociedad. Fueron dos leyes que se presentaron como una regulación únicamente y excepcionalmente permisiva del divorcio y del aborto, su justificación, en muchos ambientes, fue el conocido y casi siempre mal aplicado argumento moral del «mal menor». Aún se consideraba el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como un ideal, aunque se decía que era difícilmente exigible en las actuales circunstancias sociales. Se calificaba al aborto como algo totalmente rechazable, y se reconocía que era el causante de muchas tragedias personales para las mujeres que lo realizaban, pero por lo mismo no se debía de penalizar a las madres que se veían arrastradas a ello.
Estas dos leyes que se calificaron de mínimamente permisivas, cumplieron el objetivo por el cual se promovieron: abrir un camino que posteriormente se ha ido recorriendo en el camino legislativo. Se
fue facilitando el divorcio, hasta llegar a la actual situación legal: en la actualidad no hay necesidad de pasar por el juzgado, no es necesario el consentimiento de ambos cónyuges, ni la existencia de un cónyuge culpable, sin embargo y a pesar de sus efectos catastróficos para la familia, ya no tiene la misma trascendencia, desde el momento que se ha desnaturalizado totalmente al matrimonio, calificando jurídicamente con el mismo nombre relaciones humanas que no tienen nada que ver con él. Por otro lado, con la nueva propuesta de ley sobre la familia, en la que se hace referencia reiteradamente a la existencia de una diversidad familiar, para referirse a situaciones totalmente alejadas de lo que es una familia, se completa el desafuero. Semejante ha sido el recorrido de la ley del aborto, hoy calificado con el eufemístico nombre de «interrupción voluntaria del embarazo»: quieren expresamente ignorar que lo que se está aprobando es terminar violentamente con una vida humana inocente y extremadamente vulnerable. La reciente modificación de ley sobre el aborto ya permite a una joven abortar a los 16 años, sin permiso de sus padres, y, se ha convertido legalmente el aborto en un acto que forma parte de los «derechos sexuales y reproductivos». De ello se deriva la restricción actual de la objeción de conciencia y la consideración de atentado contra la libertad, y por tanto, la posibilidad de sanción penal a aquellos que se acerquen a un centro abortivo, con la finalidad de rezar por las personas que realizan aquellos actos feticidas.
Esta vorágine legislativa no se ha detenido en esto. Hoy se ha ampliado el ámbito de las negaciones.
Después del «no» al matrimonio, el «no» a la familia, el «no» a aquel que inicia una nueva vida, ha llegado el «no» a la vida de aquellos que por razón de enfermedad o de edad son más débiles y desprotegidos, esto es, la ley de la eutanasia. Y todo ello culmina con la ley del «no» a nuestra
identidad social e individual.
Esto queda negado con la ley de la Memoria histórica, y la ley sobre la posibilidad de cambiar de sexo,
ahora denominado transgénero. A este conjunto de leyes inicuas se podrá agregar en un futuro muy próximo la ley sobre el bienestar animal, presentado como una ley protectora de los derechos de los animales.
Esto significa la degradación del derecho, queda cancelada su fundamentación en la dignidad personal
de los seres humanos, y pasa a ser una indeterminada y ambigua protección de todos aquellos que tienen una convenida sensibilidad. A partir de todo este desorden legislativo ha quedado derogado el Derecho.
Esta trágica realidad nos invita a una seria reflexión, sobre lo que está pasando en el mundo y más
concretamente en España. Podemos preguntarnos: ¿qué significa esta continuada actividad legislativa con una voluntad expresa de ruptura con la fe cristiana, con toda norma de derecho natural, e incluso con el más elemental sentido común? Una  explicación meramente política es insuficiente, hay algo más. ¿No estaremos asistiendo al «misterio de iniquidad» anunciado por san Pablo?
El actual despotismo gubernamental ¿no es un despotismo al servicio de la anomia más absoluta? Esta
voluntad de quebrantar toda norma justa, esta cultura del «no», ¿no será un eco del «non serviam» que
se levanta con actitud de extremada soberbia contra Dios? Ante esto hay que renovar la mirada
al «sí» humilde de la Virgen María que abrió el camino para nuestra redención y con gran esperanza recordar las palabras de San Luis María Grignion de Montfort: «Por medio de María vino Dios al mundo la primera vez, en humildad y anonadamiento. ¿No se podrá decir que por medio de María vendrá la segunda vez, como lo espera toda la Iglesia, para reinar en todas partes y juzgar a vivos y muertos?»