En el IV centenario de la muerte de san Francisco de Sales

El 28 de diciembre de 1622 moría en Lyon san Francisco de Sales con poco más de cincuenta años, mientras cumplía su última misión diplomática.
Para conmemorar el IV centenario de su muerte el papa Francisco ha hecho pública la carta apostólica Totum amoris est en la que recuerda la gran herencia espiritual del santo obispo ginebrino que, como lo definió Benedicto XVI, fue «apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del Concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación».
En dicha Carta el Santo Padre hace devota memoria de algunos aspectos de la vida y espiritualidad de san Francisco de Sales y se pregunta sobre su legado para nuestra época: «He encontrado iluminadoras su flexibilidad y su capacidad de visión. Un poco por don de Dios, un poco por índole personal, y también por la profundización constante de sus vivencias, había tenido la nítida percepción del cambio de los tiempos.
»(..) Es lo que también nos espera como tarea esencial para este cambio de época: una Iglesia no autorreferencial, libre de toda mundanidad pero capaz de habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de caminar juntos, de escuchar y de acoger. Es lo que realizó Francisco de Sales leyendo su época con ayuda de la gracia. Por eso, él nos invita a salir de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por las estructuras, por la imagen social, y a preguntarnos más bien cuáles son las necesidades concretas y las esperanzas espirituales de nuestro pueblo. Por tanto, releer algunas de sus decisiones cruciales [la primera, releer y volver a proponer a cada uno, en su condición específica, la feliz relación entre Dios y el ser humano: el encanto del amor de Dios; la segunda, centrarse en la cuestión de la verdadera devoción] es importante también hoy, para vivir el cambio con sabiduría evangélica