El humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios

Philippe Maxence, en L’Homme Nouveau, reflexionando a partir del enésimo caso de abusos sexuales cometidos por un sacerdote, va más allá de lo superficial y apunta a algo de mucha mayor trascendencia:
«Si a la vista de estos escándalos, que afectan incluso a la cúpula de la jerarquía (recordemos el asunto del cardenal estadounidense Theodore McCarrick), es ciertamente necesario, en el plano natural, recurrir a procedimientos más eficaces, a una comunicación más adecuada, en particular con respecto a los fieles, y a una mejor atención a las víctimas, también parece necesaria otra reacción, en el plano sobrenatural esta vez. Esta reacción se echa en falta hoy en día. Insistamos, a riesgo de ser malinterpretados. Pedir una visión sobrenatural de lo que la Iglesia está viviendo hoy no significa negar o socavar la necesidad de utilizar medios naturales para evitar esos abusos. Sin embargo, estos medios necesarios corren el riesgo de ser insuficientes si no pasamos también a un plano superior.
En 1972, inmediatamente después del Concilio, el papa Pablo VI hizo públicamente esta terrible observación: “el humo de Satanás había entrado en la Iglesia”. Esta declaración estaba dirigida al cuestionamiento permanente de la enseñanza de la Iglesia. Satanás, por desgracia, no sólo ha entrado en la Iglesia a través de esta negación del dogma, sino también actuando sobre el comportamiento de los eclesiásticos. Pero, curiosamente, nunca se le nombra en el análisis de una situación en la que el mal se desarrolla a gran escala y a cara descubierta.
¿Podemos seguir ignorándolo cuando ensucia la Iglesia, hace que los fieles desconfíen permanentemente de los sacerdotes y religiosos, y lleva a los cristianos escandalizaPablo
VIdos a marcharse, privándose así de los cauces habituales de salvación?»
Frente a Satanás, las armas de la gracia
«Tanto más cuanto que, al negarnos a nombrar claramente el origen del mal, nos privamos también de los remedios sobrenaturales para salir de esta crisis. ¿Qué es lo que vemos, de hecho? Nunca se invoca la gracia, ni la necesidad de la penitencia, del recurso a los sacramentos, ni siquiera de los exorcismos. Ya no se invocan porque ya no creemos en ellos. ¡No verdaderamente!
Nuestra fe se ha convertido en un hilillo de agua tibia, no somos unos asesinos ni unos pervertidos, pero estamos infectados por el ambiente que respiramos y por el conformismo que lleva al rechazo práctico de Dios y lo sobrenatural. Detrás de los comportamientos escandalosos y de los delitos cometidos, que deben ser juzgados y castigados, hay una profunda pérdida de fe. Más que cualquier otra cosa, es esta fe la que debemos recuperar, alimentar y difundir.
¿Qué podemos hacer a nuestro nivel? Bernanos habría respondido: hacernos santos. En esta dirección, tenemos que volver a la enseñanza constante y segura de la Iglesia, a una verdadera vida sacramental y de oración basada en los grandes autores cristianos».
Allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia
«La Iglesia actual necesita una profunda reforma, un nuevo san Gregorio Magno que la vuelva a enraizar en la plenitud de su fe. Ciertamente, siempre habrá pecadores, incluso entre quienes componen su jerarquía. Judas traicionó a Cristo, los teólogos han estado en el origen de las herejías, los obispos están representados en el infierno en el tímpano de algunas de nuestras catedrales. Pero donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. ¿Lo creemos? ¿Lo creemos de verdad?»