Las paradojas de la Modernidad

BAJO muchos aspectos, si contemplamos la sociedad actual tendríamos que quedar sorprendidos por la frecuente presencia de juicios, actitudes, conductas alejadas radicalmente de todo buen sentido, y lo que aún podría resultarnos más sorprendente cuando las vemos justificadas e incluso promovidas por instancias políticas y culturales, educativas que pretenden orientar y dirigir a nuestra sociedad. Este sin sentido al que estamos refiriéndonos es manifi esto por motivos muy diversos. En primer lugar se apartan totalmente de lo que de un modo general se consideraba, hasta hace poco, totalmente rechazable, por su falta de moralidad y por sus evidentes consecuencias gravemente perjudiciales para el bien del hombre y de la comunidad. Todas estas actitudes y conductas podríamos califi carlas de «extrañas», porque de un modo necesario traen consigo para la sociedad que las acepta su desaparición a no muy largo plazo. No hacen posible la continuidad histórica porque atentan contra aquellos principios constitutivos de la sociedad: el respeto y protección de toda vida humana y la transmisión de esta vida. No puede perdurar una sociedad en el que se afi rme que el matar a los inocentes sea un derecho y que la transmisión de la vida no esté fundada en la naturaleza biológica sexuada del ser humano.
Hay otro tipo de conductas y formas de pensar que aparentemente podrían parecer muy alejadas de las anteriores, y sin embargo son también radicalmente autodestructivas, me refiero especialmente a ciertos modos de entender actualmente un singular ecologismo. Se reclama un respeto a la naturaleza que presupone la no diferenciación radical entre el ser humano, y lo meramente material. La racionalidad ya no se afirma como aquello que especifi ca al hombre frente al resto de los animales y bajo la apariencia de un respeto a todo lo viviente, se considera, a la luz de un declarado panteísmo, que la diversidad de seres vivientes son simplemente distintos modos de una misma sustancia. Ello comporta en la vida real, como lo estamos comprobando en nuestros días, una degradación evidente de lo humano rebajándolo en el mejor de los casos, a una mayor complejidad de lo biológico. No se pueden sacrifi car animales,
pero si se puede practicar la eutanasia y el aborto. Lo admisible o rechazable está relacionado únicamente, en cualquier caso, en el grado de dolor sensible causado.
Estas «extrañas» paradojas forman parte de algo frecuente en la modernidad, como podemos ver si comparamos lo que se afirma políticamente y las filosofías que inspiran muchas de las ideologías
que inspiran esta praxis política.
Por ejemplo, desde la Revolución francesa, se pregona como uno de sus principios más importantes la
libertad, lo que explica la aureola que rodea todo lo liberal, y sin embargo las fi losofías inspiradoras del
liberalismo, niegan el libre albedrío (Hobbes, Spinoza, Rousseau). Se condena la pena de muerte y se legisla como un derecho el aborto y la eutanasia, se valora la importancia y el respeto que merece la opinión pública y todo gobierno o poder social invierte grandes sumas de dinero para conformar una susodicha opinión pública de acuerdo con sus intereses.
Esta situación nos lleva a recordar, por un lado, lo que dice Aristóteles cuando trata de cómo es posible
que una tiranía se mantenga en el poder. El principal modo de poder conseguirlo es lograr que los ciudadanos simplemente no piensen, en esto radica la fuerza del tirano y la debilidad del súbdito. Estas paradojas y contradicciones políticas actuales solo se pueden sostener en un ambiente social en el que se haya podido erradicar la necesaria costumbre de pensar: educación, medios de comunicación, ciertos espectáculos, propaganda comercial y política serán los instrumentos adecuados para conseguirlo.
Hay otra consideración a añadir mucho más radical y profunda a la hora de juzgar lo que ocurre en
nuestro mundo. Vivimos instalados en el triunfo de la mentira, se intenta ocultar o tergiversar la realidad
que tiene que ver con las reales preocupaciones de todo ser humano, en contraste con la cotidiana y
universal aspiración y búsqueda de la felicidad propia y de los «míos».
Estas contradicciones en las que vivimos son causa de humillación, fracaso y frustración con los consiguientes daños psicológicos y espirituales de extrema gravedad. Sin embargo, esta situación es también una llamada providencial, a contemplar nuestras vidas «sub specie eternitatis», este es el único camino de comprender los actuales signos de los tiempos. El espíritu del mal, el demonio, el padre de la mentira, continúa intentando seducir al hombre, presentándole como triunfo y reivindicación lo que no son más que fracasos reiterados y progresivos. Como dice san Agustín, todo intento de conducta conformada por la soberbia lleva consigo una radical humillación. Se pretendió una divinización del hombre pero no se quiere reconocerlo como hijo muy querido de Dios.
Estamos celebrando el 25 aniversario de la proclamación de santa Teresita del Niño Jesús como doctora
de la Iglesia, ella con su «caminito » nos muestra con la cautivadora sencillez de su vida humilde y oculta como vivir confi ados y agradecidos en manos de Dios, puestas nuestras ansias en poder gozar eternamente de Dios en nuestra patria del Cielo.