Una gran gesta civilizadora y evangelizadora

La tergiversación de la historia ha constituido siempre una de las formas más utilizadas para justificar determinadas acciones políticas o intereses económicos no confesados. Y esto es lo que ha ocurrido
con la gesta más influyente y de mayor fecundidad cultural y religiosa de toda la historia de España.
Como hizo notar Sánchez Albornoz, ocho siglos de Reconquista frente a un poder musulmán, que ponía en peligro de desaparición el legado cristiano-romano al que había dado continuidad el reino visigótico de la Hispania, prepararon anímica y culturalmente para la realización de aquella hazaña épica sin precedentes históricos que signifi có el descubrimiento y evangelización de aquellos pueblos que vivían más allá de los mares. Prácticamente fueron contemporáneas las primeras críticas, en las que se enfatizaba sobre posibles abusos, propios de toda empresa humana, y se ocultaba la extraordinaria
labor cultural y religiosa que España con la Iglesia estaban realizando. Pronto surgiría una interesada Leyenda Negra, originada y puesta al servicio de los intereses económicos de nuevos proyectos coloniales especialmente de Inglaterra, y teniendo en cuenta la situación político-religiosa de la monarquía hispánica creada por la reforma luterana no se querrán reconocer los espectaculares logros que se están consiguiendo en aquellos pueblos, especialmente en el ámbito de la educación, de la
medicina y de la evangelización. Esta conocida y difundida Leyenda Negra, con matices distintos según
las circunstancias, irá acompañando la historia de esta prodigiosa expansión misionera, solo comparable con la que tuvo lugar en los primeros siglos de la Iglesia apostólica y que de nuevo en el siglo XIX, siglo misionero por antonomasia, se ha vuelto a dar.
En nuestros días dos hechos muy distintos tienen que ser objeto de atenta refl exión. Por un lado, en
continuidad con lo que signifi có la Leyenda Negra, bajo el pretexto de ensalzar la riqueza cultural precolombina se acusa a conquistadores y misioneros de haberla despreciado e intentado su desaparición. Los datos históricos desmienten esta afi rmación, y nos hablan, por el contrario, del enorme esfuerzo de inculturación que desarrollaron los misioneros para poder llevar a cabo eficazmente su obra evangelizadora.
Es manifiesto que el propósito de este actual indigenismo no es tanto reivindicar un pasado originario
como una actitud ideológica de enfrentamiento con la fe cristiana sembrada por la predicación de
los misioneros que ha sido capaz de superar circunstancias ideológicas y políticas muy diversas.
Otro hecho de muy distinta naturaleza, es el que podemos comprobar en nuestro entorno como consecuencia de la actual inmigración procedente de aquellos países americanos. Una gran parte de esta población inmigrante es la qué ahora en muchas ciudades de España, especialmente en Cataluña, está más presente en nuestras Iglesias. Dan testimonio de una fe bien acogida, con fervor y humildad,
que ha impregnado sus vidas y que a pesar de las circunstancias adversas no la han abandonado. Es
un recuerdo y una lección, una exigencia para que reconozcamos la labor de los misioneros cuyos frutos llegan a nuestros días y una llamada a la responsabilidad para atender pastoralmente a toda esta población inmigrante, para que no seamos ahora los que con nuestra vida tan secularizada demos ocasión de pérdida de su fe sencilla y popular. Acabamos de recordar los 500 años de la caída de Tenochtitlan en manos de los españoles y también los 200 años de la Independencia de México. Es una invitación para que dirijamos nuestra mirada y nuestra oración a la patrona de México, la Virgen de Guadalupe, tan profundamente arraigada en la fe de su pueblo mexicano, para que continúe velando
por la fe de todos sus hijos en las difíciles circunstancias en que todos vivimos.