San José y la vida familiar

De nuevo y con gran gozo dedicamos el número de marzo a glosar la figura del Santo Patriarca san José. Son inagotables los aspectos que los teólogos josefinos, el magisterio de la Iglesia y la predicación han propuesto al pueblo cristiano, para que la devoción a san José junto a la de la Virgen, ocupe un lugar central en la vida cristiana. En esta ocasión hemos elegido como tema un aspecto nuclear de la vida de san José: la vida ordinaria y cotidiana, que transcurre en el ambiente familiar de Nazaret, el lugar donde el hijo de Dios, «creció en gracia y santidad delante de Dios y de los hombres» bajo la autoridad y el amor de José y María.
El aspecto cotidiano de la vida casi se confunde con la vida familiar, con todo lo ordinario y lo extraordinario, lo esperado y lo inesperado, lo rutinario y lo aventurero que siempre la acompaña. Allí es donde se descubre al mundo, a los hombres y a Dios, allí es donde se tiene que crecer en humanidad y santidad. Justamente es en este ámbito «sagrado» donde en nuestros días se está dando la principal y más intensa batalla de la descristianización. Por ello hemos elegido el tema de san José como patrón de la vida cotidiana por su actualidad y por la urgencia de dirigir nuestra mirada hacia aquel modelo que nos tiene que hacer descubrir no solo la importancia de la vida familiar sino también el modo de cómo llevarla a cabo según los planes de Dios. En la vida familiar san José nos invita a contemplar la importancia del papel educador del padre con el ejercicio de su autoridad.
La pérdida de la figura del padre y su frecuente total ausencia en la vida del niño y del adolescente no solo afecta a la vida familiar sino también a aspectos muy nucleares de la fe cristiana. La profesión de nuestra fe tiene como primera verdad «Creo en Dios Padre» y que el principal modo de dirigirnos a Dios en nuestra oración es el «Padre Nuestro» Recordemos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia católica «El lenguaje de la fe se sirve de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre» (CIC ,239). Dios ha dispuesto de modo admirable que el hombre de acuerdo con su naturaleza tuviese la radical capacidad de recibir las verdades que solo la revelación nos muestra en toda su profundidad. Todo niño que ha nacido y vivido los primeros años de su vida en un hogar en el que el mutuo amor del padre y de la madre se comunica de modo entrañable, gozoso, generoso y sacrificado hacia cada uno de sus hijos y por ello le resulta algo sencillo entender que el amor más grande que nos tiene Dios es un amor paternal. Los padres con su palabra y sobre todo con su vida son los primeros evangelizadores de sus hijos y les anuncian de este modo la primera verdad de nuestra fe que es la paternidad de Dios. Después irán descubriendo a lo largo de los años lo que significa el ser hijos de Dios, y así poder vivir las pruebas y dificultades de la vida con la confianza puesta en Dios que cuida de sus hijos de modo paternal. De igual modo podrán entender el precepto cristiano formulado a través de las palabras evangélicas: «si nos os hicierais como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mateo,18,3).
Por todo ello es tan importante en la vida tener modelos cercanos que nos ayuden a comprender y a vivir lo que significa la paternidad de Dios. Nuestro mundo tiene urgente necesidad de ello, la figura del padre se la quiere ignorar, desfigurar o incluso negar, rodeándola de sospechas, que nos presentan la paternidad como algo contrario a la libertad y autonomía tan supuestamente conquistadas y queridas por el hombre actual. San José nos enseña con su quehacer cotidiano en lo ordinario y en lo extraordinario, y también con su silencio a contemplar el ejercicio de una paternidad única y al mismo tiempo ejemplar.