Estalla la guerra: Rusia invade Ucrania

Lo que tantos nos resistíamos a imaginar sucedió: las tropas rusas invadieron territorio ucraniano desde diversos frentes el pasado 24 de febrero, iniciando así una invasión que, cuando escribimos estas líneas, dura ya casi un mes y que, tras los rápidos avances rusos iniciales, se encuentra ahora estancada en duros combates en torno a algunas de las principales ciudades del país. La agresión rusa es un nuevo y trágico desarrollo del conflicto en que se encuentra inmersa la región desde hace años. Aunque podríamos retrotraernos más atrás (la historia es un continuo y siempre se rige por acumulación), el conflicto actual se inicia con las revoluciones naranja de 2004 y del Maidán en 2013, ambas dirigidas a excluir del poder a los candidatos rusófilos elegidos legalmente y que contaron con el apoyo de los Estados Unidos. Precisamente el Maidán supuso el inicio de la guerra civil que dura desde 2014 y que ya ha causado alrededor de 14.000 muertos (sin que la opinión pública internacional haya prestado mucha atención). Consecuencia de esta guerra ha sido la anexión rusa de la península de Crimea (enclave estratégico ruso que fue regalado a Ucrania por Nikita Kruschev en la década de los años 50 del siglo pasado) y la independencia de facto del Donbás, zona fronteriza con Rusia y que está controlado por milicias locales prorrusas. Ahora asistimos a un salto de magnitud en este conflicto con la invasión de Ucrania por parte de tropas rusas.
Una invasión que consuma unas semanas de amenazas que parecía que no iban a hacerse realidad. Ahora que la guerra abierta y a gran escala regresa a Europa podemos reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. En primer lugar, podemos recordar que el ser humano es el mismo ahora que en el pasado, su naturaleza caída no ha cambiado y allí donde hay pecado tarde o temprano hay guerra. De ahí el ridículo comentario de tantos de nuestros contemporáneos preguntándose cómo es posible que existan guerras en pleno siglo xxi, cuando si miramos a nuestro alrededor la pregunta debería ser la contraria: ¿cómo es que aún no han estallado más guerras?
Estamos asistiendo, pues, al regreso de Rusia al escenario internacional, desafiando a la que hasta ahora ha sido la primera potencia mundial, los Estados Unidos. La Rusia muy debilitada que surge tras la disolución de la Unión Soviética tiene ahora, o al menos eso cree Putin, la suficiente fuerza para recuperar su comportamiento imperial, lo que exige un cinturón de estados colchón a su alrededor. Una pretensión que Estados Unidos le negó recientemente y que Rusia percibe, con razón o sin ella, como una amenaza. La posibilidad de que Ucrania entrara en la OTAN (lejana pero no descartada), y más desde la retirada unilateral de los Estados Unidos del tratado sobre misiles antibalísticos en 2002, significaba que no era imposible que los Estados Unidos instalaran misiles junto a la frontera rusa. Por eso diversos analistas señalan que, si bien en esta guerra Rusia es culpable, los Estados Unidos no están libres de culpa.
Una vez más, si algo ha quedado claro, es la inexistencia de ni siquiera la sombra de un orden internacional. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es totalmente irrelevante y asistimos nuevamente al conflicto entre imperios en un mundo multipolar donde prevalece la fuerza de cada uno de los actores, pasando por encima de las naciones que, como Ucrania, se ven atrapadas en ese juego de titanes. Una lucha que podría derivar hacia una escalada de consecuencias imprevisibles pues la posesión de armas atómicas por parte de los contendientes hace que estemos ante una guerra de naturaleza diferente al resto de los conflictos recientes (ni Serbia, ni Iraq, ni Afganistán, ni Libia, ni Siria disponían de arsenal nuclear).
No es fácil predecir cuáles serán los nuevos movimientos en esta guerra ni adivinar salidas al conflicto, pero el anuncio de la consagración por parte del Papa de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, que cuando se publiquen estas líneas ya será una realidad, nos llena de una enorme esperanza, pues significa acudir a la única fuente de la que podemos esperar una paz verdadera.