San Atanasio (1): la devoción de Fco. Canals a san Atanasio

Quisiera en este año 2022, centenario del nacimiento de nuestro querido maestro D. Francisco Canals Vidal, y como homenaje a él, que siempre fue un gran devoto y admirador de san Atanasio, dedicar unas «Pequeñas Historias» a resumir la vida de persecución que el santo tuvo que sufrir por su constancia
en la defensa de la ortodoxia de la doctrina de la Iglesia y la caridad con sus opositores, durante los
cuarenta y cinco años en que fue obispo de Alejandría.

Fragmentos de un escrito de Francisco Canals

«En la victoria de la fe ortodoxa contra Arrio y sus partidarios tuvo un papel central, con el gran Osio,
obispo de Córdoba, un diácono de Alejandría que acompañaba en Nicea al patriarca san Alejandro. Su
nombre había sonado desde los primeros momentos de la polémica. Desde el Concilio de Nicea hasta su muerte en 373, y ya para siempre, Atanasio sería la personifi cación del “credo de Nicea”, “el Padre de la fe ortodoxa de Cristo”.
»El carácter de san Atanasio, dice Bossuet, “es el de ser grande en todo”. Su grandeza consiste y radica
toda ella en su carácter de testigo y doctor de la fe; más que a la elaboración sistemática de la «teología», su esfuerzo, en constante polémica con la herejía, se dirigió a la defensa de la pureza y de la autenticidad del misterio revelado.
»La grandeza de san Atanasio como Padre y doctor de la Iglesia se mide por la total adecuación entre
su vida y su misión. Es el defensor constante de la fe de Nicea y no sólo el símbolo de la ortodoxia para los fi eles, sino también para los herejes: el blanco de la hostilidad de éstos y el adalid de la resistencia de la fe cristiana ante las persecuciones del poder imperial y las intrigas de los obispos cortesanos, falsos hombres de Iglesia, dirigentes del partido arriano.
»En el martirologio romano se nos habla de él en estos términos: “San Atanasio, obispo de Alejandría,
confesor y doctor de la Iglesia, celebérrimo en santidad y doctrina, en cuya persecución se había conjurado casi todo el orbe; defendió vigorosamente la fe católica desde el tiempo de Constantino hasta
Valente, contra emperadores, gobernantes, e innumerables obispos arrianos, por los cuales, acosado
insidiosamente, anduvo prófugo de una a otra región, hasta no restarle en la tierra lugar alguno donde ocultarse.”
»Cuando nos surjan dificultades en la fe, en los estudios teológicos es muy recomendable encomendarse a san Atanasio, ser sus devotos, encariñarse con él. Si uno va conociéndole,
su personalidad arrastra.
Es amabilísimo, es admirable. Es un hombre sencillo y modesto. Tiene más sentido de la fe y de la fuerza de la expresión de la fe que ninguno de los Padres de la Iglesia en Oriente. El cultísimo Focio (820-879), que tanto infl uyó en el enfrentamiento del Oriente a Roma, reconocía que “todo el tesoro de la doctrina de los grandes doctores griegos, de san Basilio de Cesarea, llamado el Grande, de san Gregorio Nacianceno, llamado el Teólogo, vienen a ser como riachuelos que brotan del manantial
caudaloso de Atanasio de Alejandría, Atanasio, el Padre de la fe ortodoxa de Cristo.”
»A partir de entonces a los que creían que Jesucristo es Hijo de Dios les comenzaron a llamar atanasianos o nicenos, dando a entender que en Nicea se había tomado un camino equivocado. Esta fórmula de Nicea, que es la que ha permanecido en la Iglesia, fue combatida durante cincuenta
años en varios concilios, por innumerables obispos que excomulgaron a Atanasio, que inventaron
otras fórmulas y buscaron múltiples subterfugios para no decir homoousion, de la misma naturaleza. Y esta fue batalla del siglo IV, fue una batalla tremenda en la que Atanasio, con algunos amigos, a veces cinco o seis en toda la Iglesia, soportó el asalto de la pedantería, del orgullo helenístico y del orgullo judío que se hallaban subyacentes en la hostilidad a la divinidad de Cristo de los diversos sectores del arrianismo.
»Pero Atanasio tuvo siempre el apoyo del pueblo cristiano tanto de Oriente como de Occidente, pero
sobre todo de Egipto, donde era más conocido.
»Oriente y Occidente habían seguido rumbos distintos. En Occidente primero se predicó la fe en Roma y desde allí pasó a otras ciudades y mucho más tarde pasó al mundo rural. En Oriente, la predicación
apostólica, ya en el siglo II entró en el mundo rural egipcio, en el mundo nómada de las caravanas de
Siria, y se cristianizó rápidamente, mientras se mantenían como islotes de paganismo las clases cultas, los funcionarios imperiales, la aristocracia, el patriarcado mercantil de Pérgamo, Antioquía, Bizancio y Alejandría. Por eso numerosas damas de la aristocracia griega, parientes de los emperadores, eran activas intrigantes contra Atanasio y apoyaban que el emperador se enfrentase a los atanasianos. Y los obispos cortesanos se dejaban orientar por los poderes imperiales y marginaban a los nicenos. Aquellos años hubo una hegemonía espantosa del arrianismo en la Iglesia de Bizancio y de Antioquía. Pero el mundo rural de Oriente, fervientemente ortodoxo, nunca dejó de seguir, escuchar y considerar a san Atanasio, como el que predicaba la fe católica sobre Jesucristo».
Tras este precioso fragmento que muestra la admiración y devoción de D. Francisco Canals por san Atanasio, seguiremos con la admirable vida del santo.