¿Resucita Prusia?

Tras la invasión de Alemania en 1944, al finalizar la guerra se creó entre los aliados el Consejo de Control para preservar la paz y la seguridad y garantizar una posterior reconstrucción de la vida política de Alemania. La Ley número. 46 de 1947, de dicho Consejo, proclamó la abolición de Prusia como una unidad administrativa dentro de Alemania, citando el militarismo pasado asociado con ese nombre como la causa del cambio. Con ello se pretendía que desapareciera de Alemania el nombre de Prusia, que siempre había dominado con su visión militarista. Esa desaparición era una necesidad simbólica.
Los historiadores protestantes vieron desde la coronación imperial de 1870 en el Palacio de los Espejos
de Versalles, la liberación de Alemania de las ataduras de la Austria católica y de la Francia bonapartista.
Prusia fue la perdición de la Alemania moderna. Al imprimir su peculiar cultura política en el naciente
estado-nación alemán, ahogó y marginó las culturas políticas más liberales del sur de Alemania, lo que
estableció las bases del extremismo político y de la dictadura. Sus hábitos de autoritarismo, servilismo y
obediencia prepararon el terreno para el advenimiento de la dictadura.
Los historiadores protestantes destacaron los logros positivos –un funcionariado civil incorruptible,
un código civil admirado e imitado por los estados alemanes, una tasa de alfabetización sin igual en Europa, y una burocracia ejemplarmente efi caz– que llamaron la atención sobre la vitalidad del iluminismo prusiano. Como contrapartida del servilismo político destacado por el paradigma de la vía especial, ponían de relieve notables episodios de insubordinación, en particular el papel jugado por los ofi ciales prusianos en la conjura para asesinar a Hitler en julio de 1944. La culminación de esta labor de evocación histórica fue la masiva exposición sobre Prusia que se inauguró en Berlín en 1981, y que fue muy visitada. Sala tras sala, llenas de objetos y  paneles de texto elaborados por un equipo internacional de estudiosos, permitían al visitante cruzar por la historia de Prusia a través de una sucesión de escenas y momentos. La fi nalidad no era cubrir el pasado con un brillo nostálgico, sino alternar luces y sombras, y así «establecer un balance» en la historia prusiana.
Los comentarios sobre la exposición se centraron sobre el significado de Prusia para los alemanes contemporáneos. Gran parte de la discusión se centró en la lección que se podría o no se podría extraer del agitado viaje de Prusia hacia la modernidad. Se habló de la necesidad de honrar las «virtudes», pero disociándose de las características menos apetecibles de la tradición prusiana, tales como los hábitos autocráticos en política o la tendencia a glorifi car los logros militares. Prusia, más de dos decenios después, sigue siendo una idea que tiene el poder de polarizar. La unificación de Alemania en 1989 y el traslado de la capital de Bonn, «occidental » y católica, a Berlín, «oriental » y protestante, dio lugar a algún recelo respecto al aún no dominado poder del pasado prusiano. ¿Se estaba despertando el espíritu de la vieja Prusia para atormentar a la República alemana? Prusia se había extinguido,
pero «Prusia» resurgía como un recuerdo político simbólico. Se había convertido en un eslogan para
elementos de la derecha alemana, que veía en las «tradiciones» de la vieja Prusia un virtuoso contrapeso para la desorientación, la erosión de los valores, la corrupción política y el declive de las identidades colectivas en la Alemania contemporánea. Con todo, para muchos alemanes, «Prusia» sigue siendo sinónimo de algo repelente en la historia alemana: militarismo, conquistas, arrogancia y cerrazón política. La nueva sepultura de los restos de Federico el Grande en su palacio de Sanssouci, en agosto de 1991, fue objeto de numerosas e irritadas discusiones y se produjeron fuertes disputas públicas
sobre el plan de reconstruir el palacio urbano en la Schlossplatz en el corazón de Berlín
En febrero de 2002 Alwin Ziel, que por otra parte era un desconocido ministro socialdemócrata en el gobierno del estado de Brandemburgo, consiguió una momentánea notoriedad cuando intervino en un debate sobre una propuesta de fusionar la ciudad de Berlín con el estado federal de Brandemburgo. «Berlín-Brandemburgo », decía, era una palabra demasiado pesada; ¿por qué no llamar al nuevo territorio «Prusia»? La sugerencia ocasionó una nueva oleada de debates. Los escépticos avisaron sobre el resurgimiento de Prusia, el asunto se discutió en programas de la televisión en toda Alemania,
y el Frankfurter Allgemeine Zeitung publicó una serie de artículos bajo la rúbrica «¿Debería existir
una Prusia?». Entre los participantes estaba el profesor Hans-Ulrich Wehler, un importante exponente
de la vía especial alemana, cuyo artículo era un vociferante rechazo de la propuesta de Ziel :llevaba por título «Prusia nos envenena».