No te dejes fascinar por el mal

Ese es el consejo que el noruego Erik Varden recibió (y guardó en su memoria) de un monje sabio. Varden, además de monje trapense, es doctor por la universidad de Cambridge y obispo de Trondheim (Noruega). En una entrevista con Daniel Capó para The Objective, nos explica esa tentación y cómo la superó: «En un momento concreto de mi vida –debía de tener poco más de veinte años–, estuve obsesionado por la magnitud del mal en el mundo, por el sufrimiento de los inocentes, por la oscuridad que podía descubrir en mi propio corazón. Un día se lo conté a un amigo, un monje sabio. Supo escucharme con paciencia admirable hasta que, al final de mis palabras, cuando recuperé el aliento, me aconsejó con mucha calma: «Nunca te dejes fascinar por el mal». En aquel instante, sentí que me liberaba del peso que había atenazado mis hombros y mi corazón.
Me di cuenta de que yo había cedido a esa fascinación pero que podía dejarla marchar si quería. ¡Si pudiéramos tan sólo darnos cuenta de la libertad de que disponemos para elegir cuál es nuestra visión del mundo! ¡Si fuéramos conscientes de que nadie tiene por qué ser el prisionero de una determinada cosmovisión o mentalidad, ni siquiera de nuestro propio pasado, por muy traumático y difícil que
haya sido! Cultivar la memoria del bien constituye una especie de ascesis, un ejercicio imprescindible. Que se encuentra íntimamente conectado, por supuesto, con la capacidad de gratitud de la que antes hablábamos. El cristianismo no cree en un conflicto cósmico original, como si el bien y el mal coexistieran en un nivel de igualdad. Sólo el bien es original y eterno; sólo el bien perdurará
eternamente. El mal, en cambio, tiende hacia el no-ser y la nada, hacia la destrucción de sí mismo. Creo
que hay muchas señales en nuestro tiempo de esta tendencia a la aniquilación.
Sus señas de identidad son el cansancio, la tristeza, la desesperación. Nuestro Señor, por el contrario,
vino a proclamar este mensaje fundamental: «Yo soy la Vida».