China se asegura la hegemonía continental

La retirada norteamericana de Afganistán ha supuesto un importante movimiento de fi chas en el gran juego que disputan Estados Unidos y China en Asia y que ha tenido como consecuencia inmediata el reforzamiento de la hegemonía china sobre el continente. Si China se apresuraba a reconocer y llegar a acuerdos con el nuevo régimen talibán, el siguiente paso se ha dado en Pakistán. Allí China ha firmado un acuerdo para establecer una Zona de Desarrollo Integral de la costa de Karachi que incluye nuevos
puertos fi nanciados con dinero chino e incluso la construcción de un puente que una Karachi con las
islas Manora. Se consolida así la salida por Karachi como ruta alternativa para los fl ujos marítimos chinos hacia el oeste que evita el estrecho de Malaca, un cuello de botella vigilado por Estados Unidos.
Delenda est Hong Kong
Otro de los focos de tensión desde hace años es Hong Kong. En la antigua colonia británica reintegrada a la República Popular China en 1997 se iba a hacer el experimento de permitir ciertas libertades impensables en la China controlada por el Partido Comunista Chino. Es lo que se llamó «un país, dos sistemas». A día de hoy se puede afirmar que el experimento ha resultado fallido. La presión
de China para absorber, someter y asimilar Hong Kong es innegable, y aunque hay resistencias, el coloso chino es casi imposible de frenar. Ahora se acaba de anunciar un plan para construir una nueva metrópolis de 2,5 millones de habitantes en el territorio relativamente poco poblado entre la ciudad de Hong Kong propiamente dicha (que cuenta actualmente con 7,5 millones de habitantes) y la frontera con el resto de la República Popular China. A nadie se le escapa que, ante las reiteradas protestas de la población local, esta iniciativa, que favorecerá una inmigración masiva de chinos del interior, debilitará a quienes defienden la singularidad de Hong Kong.
Sube la temperatura en el estrecho de Formosa
Alcanzada la hegemonía continental, China anhela expandirse por el corredor marítimo que la circunda.
Allí, el primer objetivo es la isla de Formosa, actualmente Taiwán, la isla rebelde donde se refugió Chiang Kai-Shek tras ser derrotado por Mao,la eterna provincia rebelde que impide la reunifi cación completa del imperio chino.
Por eso no es de extrañar que, para celebrar el 72º aniversario de la toma de Pekín, el régimen  comunista haya enviado 40 aviones militares a sobrevolar la zona aérea de defensa de Taiwán los días 1 y 2 de octubre del presente año. Un gesto intimidatorio dentro del marco de las crecientes operaciones militares en torno a la isla para demostrar la determinación china de alcanzar una reunifi cación que la República Popular considera indispensable para completar el «resurgimiento» de la nación, dominando los mares de China y accediendo al océano Pacífi co sin toparse con la vigilancia estadounidense a lo largo de la llamada «primera cadena de islas », que va de Japón a Singapur.
En Taiwán las autoridades advierten de que en 2025 Pekín será «totalmente capaz» de invadir la isla.
Japón, por su parte, ha anunciado discretamente que no se limitará a observar, sino que se está preparando para responder a una agresión china. Y los propios taiwaneses se están rearmando a marchas forzadas con nuevos misiles capaces de alcanzar el territorio chino continental mientras la presencia militar de los Estados Unidos en la isla no deja de aumentar. El hecho de que el Partido Comunista Chino haya violado el espíritu del tratado de traspaso de Hong Kong, que se basaba en el principio de «un país, dos sistemas», han convencido a la mayoría de los 23 millones de habitantes
de Taiwán de que la reunificación signifi caría el fi n de su estilo de vida. Solo así se explica la amplia
victoria, en las elecciones de enero de 2020, de Tsai Ing-wen, la actual presidenta de Taiwán, que derrotó contundentemente al tradicional partido dominante, el nacionalista Kuomintang, partidario de la reunificación.
¿A qué aspira China?
El objetivo estratégico de la China comunista es expulsar de Asia cualquier presencia militar estadounidense, desde el golfo de Bengala hasta la isla de Hawai. No pretenden dominar el mundo entero (al menos no por ahora), pero aspiran a ser considerados los amos indiscutibles de Asia. Ya
lo son económicamente, ahora quieren serlo políticamente. Pero quizás hayan cometido, llevados por su orgullo, un grave error. Hasta los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 China había jugado muy inteligentemente, presentándose ante el mundo como una nación subdesarrollada, sin grandes
ambiciones políticas, sin rencores históricos, que sólo necesitaba salir de la pobreza, que había  abrazado la economía de mercado y que no quería otra cosa que incorporarse al mercado global regulado por Occidente. Pero en la última década, el Partido Comunista Chino, para consolidar su
poder, ha jugado la carta nacionalista de modo cada vez más agresivo: se ha apoderado de media docena de islotes deshabitados en el Mar de China Meridional que eran terrae nullius según el derecho marítimo internacional, rompiendo así una promesa que Xi Jinping había hecho públicamente a
Barack Obama y militarizando numerosos arrecifes, donde ha construido bases aéreas equipadas con misiles y bombarderos estratégicos de largo alcance.
Además, en 2016 se negó a respetar la decisión del Tribunal de Arbitraje de La Haya a favor de Filipinas. Ante este abierto expansionismo chino son varios los países del Indo-Pacífi co que han optado por reforzar su alianza con los Estados Unidos, precisamente aquello que China quería evitar.
Es precisamente en este contexto que hay que contemplar el nuevo tratado estratégico entre Australia,
Reino Unido y Estados Unidos que se conoce como AUKUS. En efecto, el pasado 15 de septiembre, los líderes de Australia, Reino Unido y Estados Unidos anunciaron solemnemente la creación de una nueva alianza militar cuya primera medida fue el suministro de submarinos nucleares de ataque con uranio altamente enriquecido a Australia, rompiendo así un tabú que había prevalecido en el pequeño club de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: mantener siempre la tecnología nuclear y los materiales fi sibles para sí mismos.
Esta alianza se suma al llamado QUAD, diálogo cuadrilateral de seguridad entre estadounidenses, japoneses, indios y australianos.
El acuerdo AUKUS ha servido también para mostrar que el Reino Unido post Brexit tiene una política
internacional propia y diferente de la seguida durante su periodo en el seno de la Unión Europea, más fundada en la anglosfera. Con un perjudicado colateral inmediato: Francia, que ha visto como Australia anulaba su pedido de 56.000 millones de euros en submarinos militares.
¿Estallará la guerra?
Hay muchos que hablan ya de una segunda guerra del Pacífico. Esta vez el adversario de las talasocracias anglosajonas no es Japón y su «esfera asiática de coprosperidad», sino China y su deseo de expulsar a los estadounidenses de Asia. Pero lo más probable es que esta guerra se asemeje más a la Guerra Fría que a la segunda guerra mundial: veremos más intimidaciones y ciberataques que batallas con portaviones. A China no le interesa una guerra abierta (aunque el cada vez más indiscutido
presidente chino Xi Jinping podría verse tentado a poner el broche de oro a sus años en el poder con la
reunificación) y parece optar por un conflicto de baja intensidad. Su estrategia será presionar sin que la sangre llegue al río y esperar que Estados Unidos tire la toalla, como ya hicieron en Vietnam en 1975 o acaban de hacer en Afganistán. Si les funcionó a Ho Chi Minh y a los talibanes, ¿por qué no le va a funcionar a China, un imperio milenario que puede esperar pacientemente unos cuantos años?