Vivir sin mentiras. Manual para la disidencia cristiana, de Rod Dreher

Hace unos años, empecé a oír cosas inquietantes de gente que había inmigrado a América desde países comunistas del bloque soviético. Me dijeron que las cosas que estaban viendo en América les recordaban a aquello de lo que habían escapado en Europa. Aquello me sonaba alarmista. Nosotros no tenemos policía secreta y gulags. Seguro que están exagerando. Pero cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que tenían razón, que estos inmigrantes podían ver algo sobre la vida norteamericana
que los demás no podíamos ver. ¿Qué provocó su alarma? El hecho de que una ideología poderosa
se esté apoderando de nuestra vida, especialmente desde dentro de sus instituciones: escuelas y universidades, medios de información y entretenimiento, corporaciones, leyes, medicina, deportes, etc. Esta ideología es denominada como «política de identidad» también como «justicia social crítica» y en otras ocasiones simplemente como «cultura woke» (despierta), una palabra que significa que aquellos que aceptan esta ideología están despiertos, mientras que los demás dormimos en la ignorancia.
Esta ideología divide el mundo en buenos y malos en función de la raza. Implica en ella lo que se conoce en Europa como «ideología de género.» Si cogéis el marxismo-leninismo y sustituís «clase» por «raza y género» podréis captar de manera bastante certera lo que significa la ideología «woke».
Los emigrados de países comunistas ven a gente en mi país que está perdiendo sus trabajos porque no
están de acuerdo con algún aspecto de la ideología «woke». Ven a estudiantes y otras personas intimidados en silencio y conformidad. Ven que la historia está siendo reescrita para demonizar el pasado y servir a la ideología. Ven a los medios haciendo constantemente propaganda de la ideología «woke». Ven que la libertad de expresión y de religión está siendo destruida. Ven que todos los aspectos de la vida están siendo politizados.
Ellos ven esto, y saben lo que están viendo: totalitarismo. Pero, cuando intentan avisarnos, ninguno de nosotros los cree.
¿Por qué no? Parte de la respuesta es que nuestra idea de totalitarismo viene de la era soviética. Si no tenemos estalinismo, o gulags, o tortura, o policía secreta, no vemos totalitarismo. Pero las personas que  vivieron el comunismo saben que la definición de totalitarismo es más sutil que eso.
Estrictamente hablando, un estado totalitario es uno en el cual una única ideología política y sus partidarios tienen todo el poder político, y así todo en la vida está politizado Los estados totalitarios no quieren vuestra obediencia. Quieren vuestra mente y vuestra alma. En el siglo XX hubo dos grandes novelas distópicas anglosajonas: 1984 de George Orwell, y Un mundo feliz de Aldous Huxley… Orwell
imaginó un estado totalitario en el cual el «Hermano Mayor» imponía la conformidad infligiendo dolor y
terror… En cambio, Huxley imaginó un estado totalitario en el que los llamados «controladores del Mundo» gestionaban la conformidad, manteniendo a todo el mundo entretenido y enganchado a las drogas, el porno y el sexo… Yo sostengo que en nuestra sociedad estamos enfrentándonos, no al totalitarismo duro de Orwell, sino al totalitarismo suave de Huxley. […] Cuanto más miras de cerca
a la ideología «woke», más ves que en realidad no es un movimiento político. Sería más como una pseudo- religión de izquierdas. Al igual que los totalitarismos del siglo XX, sirve para rellenar el agujero que deja Dios en los corazones humanos… Es importante que nos demos cuenta de la naturaleza pseudorreligiosa de la ideología «woke». No puedes dialogar con ella. Los «woke» no solo piensan que los disidentes están equivocados, creen que los disidentes son maléficos. También debemos entender que, para aquellas instituciones cristianas bien intencionadas que aceptan esta ideología por el bien de la tolerancia, el resultado será igual que tomarse un veneno. Destruirá cualquier institución que la acepte. Si son los emigrados del bloque soviético quienes nos están avisando sobre la marea ascendiente del totalitarismo, serán igualmente aquellos que se mantuvieron firmes ante el comunismo quienes nos puedan aconsejar sobre cómo luchar ahora y en el futuro. Hay algunas lecciones claras que podemos aprender y aplicar hoy en día.
Primero, debemos comprometernos a vivir la verdad. Aleksander Solzhenitsyn, el más famoso disidente anticomunista, dijo a sus seguidores: «¡No viváis en la mentira! ». Incluso gente políticamente impotente, explicó, podía negarse a decir, escribir, afirmar, o distribuir todo lo que distorsione la verdad. Podían negarse a participar en protestas o a apoyar a una causa, a menos que verdaderamente creyeran en ella. No habrán de participar en una reunión en la que no fuera posible decir la verdad.
Resulta más sencillo fingir que estamos de acuerdo con las mentiras que la ideología «woke» nos obliga a afirmar –por ejemplo, que un hombre se puede convertir en mujer—. Nos convencemos de que, si nos mantenemos en silencio para evitar problemas, estaremos bien. Si hacemos eso, nos estamos mintiendo a nosotros mismos y destruyendo nuestras propias almas.
En segundo lugar, debemos aceptar la carga de sufrir por la verdad… El sufrimiento, me dijeron los disidentes, es más tolerable cuando se basa en la convicción religiosa. Los cristianos tenemos que redescubrir la fe recia de los mártires y confesores, una fe que es lo suficientemente fuerte como para soportar el sufrimiento
como precio a pagar por ser discípulos de Cristo. Nada más nos salvará de lo que está por venir.
Frente al totalitarismo suave, debemos cultivar la memoria cultural. Es decir, debemos sumergirnos
nosotros, nuestras familias y nuestros grupos en el estudio de la historia, el arte, la religión y todas las
cosas distintivas de nuestra cultura. Los movimientos totalitarios siempre tratan de borrar la historia y la
cultura de un pueblo de la memoria colectiva, porque así son más fáciles de manipular. No les dejéis.
Dediqué Vivir sin mentiras a la memoria del padre Tomislav Kolakovic, un cura católico croata. En 1943,
mientras estaba en su Zagreb natal, recibió un aviso de que los alemanes lo iban a arrestar, así que huyó del país y se escondió en Eslovaquia, el país de su madre. Empezó a enseñar en la Universidad Católica de Bratislava. El padre Kolakovic les dijo a sus alumnos que tenía buenas noticias y malas noticias. Las buenas noticias eran que los alemanes iban a perder la guerra. Las malas noticias eran
que los soviéticos iban a gobernar su país cuando se acabara, y que la primera cosa que iban a hacer sería perseguir a la Iglesia. El cura dijo que los católicos eslovacos tenían que prepararse para ello. Organizó pequeños grupos de fi eles católicos por todo el país. Se juntarían para rezar y estudiar lo que estaba ocurriendo en su sociedad. Organizaron redes y aprendieron el arte de la vida clandestina. Los obispos católicos eslovacos reprendieron a Kolakovic. Le dijeron que era un alarmista y que estaba asustando a la gente innecesariamente.
Nunca pasará aquí, le dijeron. Pero el padre Kolakovic no les escuchó. Él comprendía la naturaleza
de los comunistas y del comunismo mejor que los obispos.
En 1948, cuando el Telón de Acero cayó sobre su país, la primera cosa que hicieron los comunistas fue perseguir a la Iglesia. La red de fi eles católicos que había establecido se convirtió en la columna vertebral de la Iglesia subterránea y en la única oposición significativa al totalitarismo comunista.
Amigos míos, nosotros en Occidente estamos hoy en día en un momento Kolakovic. Debemos usar la
libertad que Dios nos ha dado para luchar contra este totalitarismo suave.
Debemos aprender a ser resistentes ante el sufrimiento y a resistir las mentiras del poder. Nuestros
hermanos y hermanas en el antiguo bloque soviético están intentando avisarnos, ¿Tendremos la humildad de escucharlos?»