Las frases hechas

Escribe Gregorio Luri en su blog El Café de Ocata una interesante reflexión sobre lo que hemos perdido al arrinconar las tradiciones:
«Me encuentro con M. Se le acaba de morir un familiar muy próximo y está pasando un mal momento. Durante el rato que pasamos juntos recibe varias llamadas telefónicas que, de manera visible, lo incomodan. Cuando el móvil se calma, me comenta que ya hemos perdido la sabiduría que el mundo de la vida había puesto a nuestra disposición para estas ocasiones. Se refiere a aquellas fórmulas, “te acompaño en el sentimiento”, “mi más sentido pésame”, etc. que se utilizaban con normalidad en estas circunstancias. Hoy, como pesa sobre nosotros el deber moral de ser auténticos, nos vemos en la obligación de decir algo que no suene a cliché, a frase de compromiso… El resultado es que no sabemos qué decir, con lo cual convertimos el acto de dar el pésame en una incómoda comunicación de un sentimiento que no sabemos cómo expresar para que no suene a frase hecha.
¿Pero cómo sentimos lo que no sabemos decir?
Las frases hechas, como todo lo que la tradición ha ido depositando en las costumbres, tienen su sentido. Facilitan la relación en los momentos difíciles y nos permiten librar a la persona dolorida de la incomodidad de tener que mantenerse sereno ante la pesadumbre que no sabemos formular.
Nos hemos propuesto dinamitar el mundo de la vida por considerarlo falso e hipócrita y no tenemos manera de construir otro que sea auténtico, genuino, sincero… simplemente porque no damos para tanto».
Yo, Marcelo Gullo Omodeo, reto al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador
El analista geopolítico argentino Marcelo Gullo respondió con una carta publicada en el diario El Mundo al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a raíz de las desenfocadas y desorientadoras palabras de este último valorando la labor de España en América.
«El 13 de agosto de 1521, una inmensa alegría inundó el corazón de las masas indígenas de Mesoamérica. Unos reían, otros lloraban. Algunos sentían un gran alivio, otros, tenían sed de venganza. Muchos preparaban sus armas para exterminar de una vez y para siempre a sus enemigos sin distinguir entre hombres y mujeres, entre viejos y niños. Eran tal el rencor y el odio (contenido durante años) que que rían hacer desaparecer a sus verdugos de la faz de la tierra.
Pero un “extraño barbudo” les contuvo la mano. ¿Qué festejaban aquellos indios? ¿De quiénes querían vengarse? ¿Quién era el “barbudo” que impidió la masacre inminente?
Festejaban que ellos (tlaxcaltecas, texcocotecas, cholultecas, xochimilcatecas y otomíes, entre otros pueblos), junto a un pequeño grupo de hombres salidos del mar, habían derrotado a un poderoso ejército que, por años, les había parecido invencible.
Festejaban la caída de Tenochtitlán. Festejaban que, finalmente, habían puesto fin al imperialismo antropófago de los aztecas. Querían vengarse de los aztecas que, durante años y años, les habían arrebatado a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres, para llevarlos a rastras, al “templo mayor” y allí arrancarles, literalmente, el corazón, estando aún vivos, y luego trocear sus cuerpos en pedazos de modo que sirvieran, una vez “faenados como cerdos o pollos”, de “sustancioso alimento” a la nobleza y a los sacerdotes aztecas.
El “barbudo” que logró contener toda esa ira de aquellos indios sedientos de venganza (una sed acumulada en largos años de sojuzgamiento y antropofagia azteca), el “extraño hombre”» que impidió el genocidio que parecía inevitable de los aztecas fue el legendario Hernán Cortés, el libertador de Mesoamérica.
En esa región, que hoy es una parte de la República de México, había una nación opresora, la azteca, y decenas de naciones oprimidas: la tlaxcalteca, la texcocoteca, la cholulteca…
Junto a esos trescientos valientes soldados españoles que tomaron Tenochtitlán pelearon, codo a codo, aproximadamente 200.000 indios. Al frente de ese inmenso ejército iba una mujer india, doña Marina, que había sido, primero, esclava sexual de los aztecas y, luego, de los mayas. Ella, tenía sus «propias cuentas que arreglar» con los aztecas.
La conquista de México la hicieron los indios explotados, oprimidos y vejados por los aztecas. Y ese es todo el secreto de la historia de México que muchos se empeñan en ocultar. Entre otros, el actual presidente de México, don Andrés Manuel López Obrador.
(…) Fue tan sanguinario aquel inusitado imperialismo antropófago de los aztecas que hoy nos parece mentira que algo tan monstruoso pudiese haber ocurrido. Pero es tan inusitado y hasta pareciera increíble que es por eso mismo que se hace necesario documentar los hechos.
Las excavaciones arqueológicas, así como los hallazgos fortuitos que se produjeron a raíz de la construcción de las grandes obras públicas (como el metro de Ciudad de México, por ejemplo), nos permiten afirmar hoy, con absoluta certeza científica, que era tal la cantidad de sacrificios humanos que realizaban los aztecas, siempre de gentes de los pueblos por ellos esclavizados que, con las calaveras construían las paredes de sus edificios y templos.
Cada nueva excavación permite encontrar más y más muros, construidos con piedra y… ¡calaveras! Calaveras con los dientes hacia afuera. La más reciente prueba que confirma el holocausto cometido por los aztecas data del año 2015, cuando, a raíz de las excavaciones arqueológicas que se realizaban junto a la catedral metropolitana de México, fue encontrada una torre de cráneos que respondía, asombrosamente, punto por punto, a la descripción hecha por los cronistas españoles.
Hoy, como ya dijimos, la evidencia científica es abundante e irrefutable: piedras de sacrificios con restos de hemoglobina, herramientas de obsidiana para esta labor, esqueletos humanos ejecutados por cardioectomía con marcas de corte en las costillas, decapitaciones…
Cuando se analiza la historia sin prejuicios y no se quiere ocultar la verdad se llega a la conclusión de que los aztecas llevaron a cabo, como política de Estado, la conquista de otros pueblos indígenas para poder tener seres humanos a quienes sacrificar a sus dioses y luego usar la carne humana así conseguida como alimento principal de los nobles y sacerdotes, tal como si fuera simple proteína animal. Año tras año, los aztecas arrebataban a los pueblos que habían conquistado, a sus niños y niñas, para asesinarlos en sus templos y luego, devorarlos con fruición.
“En todo el resto de la Tierra –afirma el filósofo e historiador mexicano José Vasconcelos– se ha juzgado como antinatural matar y se ha matado sabiendo que se cometía un crimen. Sólo el azteca mataba movido por gusto y por mandato de su dios Huichilobos, siempre sediento de sangre”.
El arqueólogo mexicano Alfonso Caso (quien fuera rector de la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM) explica que: “El sacrificio humano era esencial en la religión azteca”. Y es precisamente por ese motivo que en 1487, para festejar la finalización de la construcción del gran templo de Tenochtitlán las víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendían a lo largo de la calzada que unía las islas de Tenochtitlán. Se calcula que, sólo en esos cuatro días de festejos, los aztecas asesinaron a entre 20.000 y 24.000 personas. Sin embargo, Williams Prescott, insospechable de hispanismo, da una cifra todavía más escalofriante: “Cuando en 1486 se dedicó el gran templo de México a Huitzilopochtli, los sacrificios duraron varios días y perecieron 70.000 víctimas”.
¿Y que aconteció después de que fuese derrotado el imperialismo antropófago de los aztecas, después de esas primeras horas de sangre, dolor y muerte? España fundió su sangre con la de los vencidos y con la de los liberados.
(…) Esta es la verdad histórica que relato en mi libro Madre Patria y que ha irritado al excelentísimo señor presidente de la República de México, don Andrés Manuel López Obrador, quien el 13 de agosto pasado, con ocasión del 500° aniversario de la liberación (para él «caída») de Tenochtitlán me acusó, sin ningún tipo de pruebas de ser un representante del pensamiento colonialista.
En otras épocas históricas, ese tipo de ofensas se dirimían en el campo del honor. Hoy corren otros tiempos que algunos llaman más civilizados. Es por eso por lo que le exijo al señor presidente de la República de México (considerándolo un hombre de honor que busca la verdad) que me invite a un debate profundo sobre la conquista de América (como tuvo el coraje de convocar el emperador Carlos V en el año 1550). Debate que podría tener lugar en una Universidad de Suiza, la que el señor presidente elija, y al cual asistan cinco especialistas que defiendan sus tesis y cinco especialistas que, como quien esto escribe, sostengan que España no conquistó América, sino que España liberó América.
Quedo, pues, a la espera de la respuesta del señor presidente, a fin de dirigirme a la ciudad de Suiza que él determine, acompañado de cuatro pensadores por mí elegidos, para enfrentarnos en un debate académico con los intelectuales que, en igual número, sean designados por el actual señor presidente de la República de México».
López Obrador, ocupado en el desgobierno de su país, aún no ha encontrado el momento de responder a Marcelo Gullo.