Encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y sagrada

El Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, durante los treinta años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José. Al mismo tiempo María y José permanecieron escondidos en Cristo, en
su misterio y en su misión. Particularmente José, que –como se puede deducir del Evangelio– dejó el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de aquél a quien el Padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le había dicho por medio del Ángel: «No temas recibir en tu casa a María, tu esposa» (Mt 1, 20).
Eran necesarias almas profundas –como santa Teresa de Jesús– y los ojos penetrantes de la contemplación, para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquél de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.
Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha
sido la vocación de ese hombre: del esposo de María, de aquél que, ante los hombres, pasaba por el padre de Jesús y que fue, según el espíritu, una encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada.
Bajo esta luz, los pensamientos y el corazón de la Iglesia, su oración y su culto, se dirigen a José de Nazaret. Bajo esta luz el apostolado y la pastoral encuentran en él un apoyo para ese amplio y simultáneamente fundamental campo que es la vocación matrimonial y de los padres, toda la
vida en familia, llena de la solicitud sencilla y servicial del marido por la mujer, del padre y de la madre por los hijos –la vida en la familia–, en esa «Iglesia más pequeña» sobre la cual se construye cada una de las Iglesias.
La Iglesia, que como sociedad del Pueblo de Dios, se llama a sí misma también la Familia de Dios, ve igualmente el puesto singular de san José en relación con esta gran Familia, y lo reconoce como su patrono particular. Esta meditación despierte en nosotros la necesidad de la oración por intercesión
de aquél en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la tierra, toda la dignidad espiritual de la
paternidad. La meditación sobre su vida y las obras, tan profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a la vez, tan sencillas y límpidas, ayude a todos a encontrar el valor y la belleza de la vocación, de la que cada una de las familias humanas saca su fuerza espiritual y su santidad.