Santo Domingo de Guzmán y la Orden de Predicadores

El próximo agosto se cumplirán 800 años de la muerte de santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. La vida de dicho santo y la obra que Dios hizo a través de él tienen hoy un valor capital para cada cristiano, y en especial para los lectores de Cristiandad, como trataremos de mostrar.
Tres aspectos queremos comentar en el presente artículo: primero, algunas pinceladas sobre la vida de santo Domingo, segundo, un comentario sobre lo que fue la Orden por él fundada, y tercero, unas lecciones que podemos extraer, a nivel personal y comunitario, para el momento presente.
Santo Domingo de Guzmán
Sobre santo Domingo han escrito diversos autores a lo largo de los siglos, destacando la biografía que en la centuria pasada publicó el padre Vicaire OP, que recomendamos para aquel que quiera una lectura más extensa y detallada de lo que es la biografía del santo. Sabemos que nació en Caleruega en torno a 1170. Siendo niño sus padres le enviaron a estudiar con un tío sacerdote. No pensemos en unos estudios muy reglados en la iglesia adonde fue, sino en una serie de nociones para la vida clerical: lectura y escritura, latín, canto…
Más tarde marchó a Palencia, lugar donde por aquella época surgió la primera universidad hispánica. Allí recibió una formación más avanzada, con estudios de trivium (gramática, lógica y retórica), filosofía y teología. Allí, durante una hambruna que se cobró la vida de muchos conciudadanos, el futuro santo vendió sus libros para dar de comer a los pobres, con lo que ya empezaba a destacar por su santidad el joven Domingo. Al poco, seguramente siendo ya sacerdote2, fue admitido como canónigo en el cabildo3 de Osma, donde vivió unos años dedicados al estudio y la oración. Llegará a ser subprior de dicho cabildo.
Un puesto principal en todos estos lugares por los que él pasó lo ocupó la Sagrada Escritura: a ella se acercó Domingo en el coro del templo y en el pupitre de su habitación, en la oración y en el estudio, con el corazón y la cabeza. Esto lo veremos en su vida, y en la familia religiosa por él fundada.
Llegado un momento concreto (1204-1205), hubo un hito clave en su vida, que fueron los dos viajes que realizó con su obispo, Diego de Acebes, al norte de Europa, en calidad de legados diplomáticos del rey de Castilla, Alfonso VIII, y en el contexto de los cuales pasaron por Occitania (al norte de los Pirineos). Allí tomó contacto con un grave problema que azotaba al Mediodía de la actual Francia: la herejía cátara. En el fondo de esta herejía, cuyos contenidos y matices no siempre eran sencillos de clasificar, latía un esquema maniqueo, según el cual lo terreno es creación diabólica, en oposición a lo espiritual, creación divina. Estos planteamientos tienen graves consecuencias no solo en la teoría sino en la práctica: tanto en lo relativo a quién es Dios como respecto a la Creación, de manera especialmente perversa en temas como el matrimonio, la transmisión de la vida, etc.
La respuesta de la Iglesia no era fácil: a la vida poco ejemplar de muchos ministros se unía su deficiente formación teológica; también entraban en juego intereses de orden temporal que a veces favorecían la propagación de la herejía en detrimento de la verdadera fe. Había, pues, una serie de carencias de orden coyuntural, que sin embargo ponían fácil al error su éxito. Domingo entendió que eran precisos ministros ejemplares y con una sólida formación teológica, dedicados a la predicación del Evangelio, como el remedio necesario para dicho problema.
A raíz de aquella experiencia no volvió a Osma, sino que se instaló en la zona, y siendo el primero en vivir el ideal al que aspiraba, se dedicó de lleno a la predicación por los pueblos y aldeas del lugar. Poco a poco (y no sin dificultades) se le fueron uniendo algunos colaboradores, que serían el germen de algo que superaría con creces el problema (de la herejía cátara) y la geografía concreta (Languedoc): la Orden de Predicadores.
La Orden de Predicadores
En 1215, Domingo, después de años predicando y conociendo de primera mano la situación, se instaló de modo más oficial en Toulouse, la ciudad principal de la zona. Entre esa fecha y 1220 una serie de bulas y acontecimientos propiciaron la fundación y primera expansión de la Orden. Un momento clave fue sin duda el llamado por diversos autores «Pentecostés dominicano»: cuando en marzo de 1217 Domingo envió a sus hombres fuera de Toulouse: a España, a París y a Bolonia, «para estudiar, predicar y fundar conventos».
El carisma de la Orden podemos decir que descansa en tres elementos: vida mendicante, predicación y estudio.
Vida mendicante.
Los frailes de la Orden de Predicadores deberán vivir pobremente, e incluso mendigar su pan, no poseerán más que su convento, e irán de dos en dos sin dinero, llevando lo estrictamente necesario para el viaje. Domingo insistirá en ello con vehemencia.
Predicación.
Los frailes de la Orden son frailes predicadores. Su misión es predicar el Evangelio allá donde vayan, a fin de ganar almas para Cristo. Hasta el momento, la predicación era facultad exclusiva de los obispos, y a menudo ésta había quedado reducida a la explicación del padre nuestro, avemaría y credo. La aparición de los dominicos será providencial en este sentido para afrontar dicha situación.
Estudio.
Para cumplir la misión recibida, los frailes deberán contemplar a Cristo y su Palabra en la oración y en el estudio. Se insiste mucho desde la fundación en el estudio, principalmente de la Palabra de Dios, a fin de poseer la formación necesaria para anunciar sin error el mensaje de Cristo.
Estos tres elementos favorecerán su rápida expansión, ya que su modelo de vida ejemplar suscitó en muchos varones de aquella hora el deseo de imitarles; a su vez, la Orden de Predicadores va a entrar de lleno en el mundo de la cultura, que en aquel momento asiste al nacimiento y extensión de las universidades. La presencia de los dominicos en ciudades como París y Bolonia (donde surgen los dos primeros Estudios Generales, como se llamaban entonces las universidades) propiciará que muchos alumnos y profesores tomen el hábito blanquinegro, a la vez que abrirá un nuevo frente de evangelización a los predicadores: los ámbitos intelectuales de la Cristiandad. Gran servicio a la Iglesia prestarán miembros tan insignes como san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino, o en España san Raimundo de Peñafort y san Vicente Ferrer, entre una larga lista que llega hasta nuestros días. Y la predicación de la Buena Nueva ayudará al retorno de muchos a una vida cristiana, así como llevará por primera vez a Cristo a herejes y paganos, a musulmanes y judíos.
El fruto que esta Orden ha dado en el seno de la Iglesia desde hace 800 años ha sido enorme: predicadores, profesores, santos, mártires… Al servicio de Cristo y de su Iglesia, muchos dominicos han iluminado las mentes y los corazones de tantos, acercándolos a Cristo, que es Camino, Verdad y Vida.