Pensamiento del 68 y pedofilia

El ensayista francés Luc Ferry aborda desde las páginas de Le Figaro una de las cuestiones tabú del progresismo que ha vuelto a las primeras planas de la información a raíz de una serie de denuncias realizadas por víctimas de abusos sexuales y traza un retrato de una época y un ambiente muy real por mucho que algunos se empeñen en disimularlo:
«Comprendo bien que los antiguos sesentayochistas traten hoy de limpiar Mayo del 68 de las derivas incestuosas y pedófilas de las que por desgracia están llenas las noticias de estos últimos días. Lo cierto es que la verdad histórica nos obliga a decir que, a pesar de todo, en la estela del alegre mes de mayo y con la bendición de las autoridades filosóficas más representativas del izquierdismo cultural de la época, la pedofilia recuperó las cartas de nobleza que había perdido desde Platón.
Cuando a mediados de los años setenta aparecieron en Libération y Le Monde peticiones que elogiaban la pederastia, firmadas por intelectuales como Foucault, Sartre, Beauvoir, Deleuze, Barthes o Chatelet, negarse a adherirse a ellas era arriesgarse a quedar excluido del club de los “verdaderos intelectuales”, es decir, de los intelectuales de izquierdas, “necesariamente de izquierdas”, castristas, maoístas, trotskistas o, como mínimo, comunistas. Se ha olvidado que el “Pensamiento del 68” era globalmente favorable a la pederastia, que aprobaba los delirios de René Schérer y Guy Hocquenghem que publicaron, en 1976, Coire (en latín: “ir juntos”, “coito” en tercera persona del singular…), una obra adornada con una plétora de fotografías de niños desnudos que elogiaba el “rapto”: al no ser el niño
propiedad privada de los padres (una pequeña referencia a Marx), todo adulto tiene el derecho, e incluso el deber, así argumentaban, de raptarlo para despertar esa sexualidad que la burguesía oculta.
Schérer, uno de los fundadores de la Universidad de Vincennes, apoyado, por supuesto, por Deleuze,
Châtelet, Lyotard, Foucault, Badiou y el resto, en definitiva, por lo que entonces era lo más llamativo del “Pensamiento del 68”, explicaba cómo la educación burguesa vigente en nuestras escuelas caía en la “perversidad” de no dar cabida a la pederastia:
“Postulamos como principio –escribía–, que la relación pedagógica es esencialmente perversa, no
porque vaya acompañada de relaciones pederastas entre profesores y alumnos, sino precisamente porque las niega y excluye”. Sí, han leído bien: ¡la perversión consiste en excluir la pederastia de la educación tanto escolar como familiar!
Se objetará que la pedofilia campa a sus anchas en todos los ámbitos de la vida y será cierto, pero no conozco ninguna ideología que la promueva fuera de ésta. Por extraño que nos parezca hoy, en aquel ambiente y en aquella época se pensaba así, de modo que durante mucho tiempo era más arriesgado criticar la pedofilia que hacer su apología. Aquellos prestigiosos profesores aprovechaban las tesis de Freud sobre la sexualidad infantil para sacar la absurda conclusión de que era deber de los adultos despertarla.
Como además estaba “prohibido prohibir”, ya no había razón para avergonzarse. Hoy, los últimos firmantes de aquellas peticiones reconocen que “era una estupidez”. Que así sea. Pero cuando publiqué La Pensée 68 con Alain Renaut en 1985, un libro que criticaba los fundamentos filosóficos de estas
delirantes llamadas a la transgresión en todos los niveles, ellos o sus familiares fueron los primeros
en insultarnos. Durante casi un año, no pude dar una conferencia pública, ni siquiera en la École normale rue d’Ulm, donde yo era director de un centro de investigación sobre el idealismo alemán,
porque los discípulos de Foucault nos esperaban, no con excusas, ¡sino con bates de béisbol!
A principios de los años ochenta, cuando publiqué un libro sobre el ideario republicano y apoyé el legado del general De Gaulle frente a mis “amigos” sesentayochistas que le calificaban continuamente de “fascista”, me seguían considerando el rey de los tontos. Me decían que no había entendido nada, que no me estaba enterando del formidable movimiento de emancipación inspirado en las ideas de Castro, Mao o Trotsky. Fue en respuesta a esta izquierda arrogante entonces en el poder, tan orgullosa de sus contactos y posiciones sociales, tan segura de estar en el lado correcto y encarnar la conciencia
moral, que decidí escribir La Pensée 68.»