«Si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas» (Sal 127,1)

Hemos de ser claros y valientes: solo volviendo a Dios, Creador de todas las cosas, y obedeciendo su ley eterna será posible volver al orden social. A causa del pecado es cierto que es imposible evitar siempre la desobediencia a la ley de Dios. Pero se puede respetar y hacer respetar el bien de cada individuo en un orden social de paz fundado en la verdad, el bien y la justicia solo cuando el conjunto de las personas y la sociedad como tal reconocen como referente absoluto de todas las cosas al Dios vivo y verdadero, personal y trascendente.
Si el hombre deja de reconocerse criatura de Dios, usará su poder para volverse amo de los demás, pero haciéndose esclavo de sí mismo. Si deja de reconocerse hijo de Dios, entonces ya no puede ver en los demás a hermanos a quienes amar y servir. Como Caín, el hermano mata a su hermano. El que tiene más poder, aplasta al más débil. No otra cosa es la legalización del aborto y de la eutanasia. Si las autoridades se sienten con el poder de aprobar el asesinato de niños, enfermos y ancianos, ¿por qué un joven no puede quemar edificios públicos si se siente con el poder de hacerlo? Ya lo decía Dostoyevski: «Si Dios no existe, todo está permitido».
En Cristo está la única alternativa de recuperar nuestra humanidad y nuestra fraternidad. Volvamos a Cristo. Y los que creemos en Él, siguiendo su ejemplo y enseñanza, hagamos lo que está a nuestro
alcance: oremos y ayunemos.

Mons. Francisco Javier Stegmeier
obispo de Villarica (Chile)
Infocatólica 07/02/21