La libertad es sagrada… pero el Estado no deja de restringirla

Nicolás Huten llama la atención en la revista Catholica en la aparente contradicción entre proclamar la libertad como lo más sagrado y al mismo tiempo restringirla cada vez más, ambas actitudes siendo propias del Estado moderno. Huten nos explica los mecanismos por los que esta aparente inconsecuencia obedece en realidad a una lógica muy clara:
«A través del contrato social (que puede simbolizarse en un referéndum sobre la constitución), el ciudadano transfiere la gestión de estos derechos al Estado y desde ese momento comunica su carácter absoluto a su soberanía. El legislador se convierte entonces en la única autoridad habilitada para expresar esa soberanía (en nombre del pueblo o la nación) y en consecuencia en el único que puede definir no solamente los “límites” que “aseguran a los otros miembros de la sociedad el goce de esos mismos derechos” (art. 4 de la Declaración de 1789), sino también su mismo contenido. Le toca, pues, conciliar
esos derechos y libertades que tienen caracteres contradictorios. Así, por ejemplo, en lo que concierne al
aborto, puede soberanamente decidir el periodo durante el cual la libertad personal de la mujer prevalece
sobre el “derecho a la vida” del niño y recíprocamente. La ley moderna no tiene que ser justa; no es el fruto de la razón prudente: en tanto que expresión de la voluntad general no puede errar y todo ciudadano “debe obedecerla al instante” (art. 7). Se convierte así en un instrumento ciego en manos del primer partido que consigue apoderarse “democráticamente” del Estado, esto es, en la ley del más fuerte. La guerra de todos contra todos propia del “estado de naturaleza” se prolonga así en una guerra de derechos en la que el Estado es el señor absoluto».