Hemos recibido la vida, no nos pertenecemos

Desde las páginas de Monde et Vie, Guillaume de Tanoüarn reflexiona sobre la llamada nueva ley de bioética impulsada en Francia que abre la puerta a todo tipo de ataques a la vida humana: «La nueva ley de bioética acepta el trasplante de células humanas a animales y Jean-Louis Touraine se limita a subrayar que lo contrario no ha sido autorizado, aún no: el trasplante de células animales a un ser humano. No importa: un tabú ha caído. La diferencia ontológica entre el hombre y el animal – una diferencia que no es sólo una diferencia de género o especie dentro del mundo animal, sino una diferencia de ser – ya no se reconoce en la práctica. El hombre es sólo un animal un poco más sofisticado que los demás, que aún debemos respetar, pero cuyos componentes biológicos pueden ser manipulados como queramos.
La práctica de la procreación médicamente asistida [PMA por sus siglas en francés] lleva a estos
aprendices de brujo a crear embriones excedentes. Tendremos que utilizarlos, aunque no correspondan a
ningún proyecto parental. ¿Para el progreso de la ciencia? Jean-Louis Touraine, el ideólogo de la nueva
ley, cree que tiene sentido. Después de todo, en el mejor de los mundos, la vida no es más que un material
cuyas reservas tendrán que ser gestionadas lo mejor posible.
Por la misma razón, nuestro fin de vida está amenazado… Entre los ancianos, las opiniones están
divididas: Séneca escribe extensamente para acostumbrarse a la idea de la muerte y el suicidio. Ironías
del destino, será “suicidado” por su ex-alumno Nerón, a quien se había atrevido a criticar. Por otra parte,
Platón en el Fedón (61c) insiste en que “los hombres son propiedad de los dioses”, que no se pertenecen a sí mismos, que han sido recibidos de lo alto. Para Platón, incluso antes del cristianismo, la vida es
un tesoro tan maravilloso que se comunica como un don. No como un material que se gestiona, sino
como una chispa divina que no nos pertenece.
Encontramos pues dos actitudes ante la vida: la primera considera que la vida es un don divino, que supera al hombre. Al mismo tiempo, el hombre está hecho para la vida, es la vida en plenitud la que tendrá la última palabra. «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», dice Jesucristo (Jn 10, 10).
La segunda actitud es propiamente racionalista; pretende apropiarse de la vida, fabricarla o corregirla, gestionar su desarrollo y decidir sobre su uso o su fin.
Esta ley de bioética, la próxima ley sobre la eutanasia y el suicidio asistido, no son más que manifestaciones claras de esta guerra entre dos humanidades, la que se recibe a sí misma como un don
y la que se proyecta –siempre a su manera– como un derecho imprescriptible y siempre modulable».