Comienza el proceso de beatificación de los padres de Juan Pablo II

El pasado 7 de marzo, y en presencia de todos los decanos de la Archidiócesis de Cracovia, tuvo lugar en la basílica de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María de Wadowice (Polonia), situada junto al hogar de los Wojtyla, la constitución de los tribunales y la primera sesión solemne del proceso de beatificación de Karol y Emilia Wojtyla, padres de san Juan Pablo II, cuyo propósito será recopilar documentación, escuchar los testimonios jurados sobre la vida, la actividad y la opinión de la santidad de ambos siervos de Dios y constatar los favores recibidos a través de ellos.
Esta primera sesión pública y solemne del tribunal –afirmó el cardenal Stanisław Dziwisz durante la sesión inaugural del proceso– es el fruto del gran interés manifestado por el Pueblo de Dios a lo largo de los últimos años, tanto en Polonia como en el extranjero, de que la Iglesia abordara la beatificación y la canonización de los padres de san Juan Pablo II.
El cardenal Dziwisz, secretario durante mucho tiempo del cardenal Wojtyla y, más tarde, del papa san Juan Pablo II, oyó al Papa repetir muchas veces que «tenía unos padres santos». San Juan Pablo II, afirmó monseñor Dziwisz, recordaba principalmente a su padre Karol, con quien no solo tenía una relación filial, sino una verdadera amistad espiritual. El padre del futuro Papa nació el 18 de julio de 1879 en Lipnik, cerca de Biala, en una familia de sastres y fue bautizado en la iglesia de la Divina Providencia de dicha localidad, perdiendo a su madre dos años después. Entre los años 1885-1890 asistió a una escuela popular alemana en Biala, pasando a estudiar secundaria

en Bielsko. En 1900 fue llamado al servicio militar en Wadowice, terminando su servicio militar con el rango de sargento en 1903, aunque poco después decidió volver al ejército como soldado profesional en el ejército austríaco y, más tarde, en el polaco. Disfrutaba de la reputación de un hombre maravilloso, trabajador, honorable, gentil y cumplidor, girando su vida en torno a tres ejes de referencia: la Iglesia, el ejército y el hogar. Porque en 1905 conoció a Emilia Kaczorowska, con la que contrajo matrimonio el 10 de febrero de 1906 en la iglesia de San Pedro y Pablo en Cracovia.
Emilia, a quien san Juan Pablo II recordaba poco por haber fallecido cuando éste contaba tan sólo nueve años, justo antes de su primera comunión, provenía de una numerosa familia de artesanos. Nació el 26 de marzo de 1884 en Cracovia y fue bautizada en la iglesia de San Nicolás. En 1890, Emilia comenzó su educación en la escuela primaria, muriendo su madre cuando apenas tenía 13 años, y es recordada por su piedad, modestia y sujeción a la voluntad de Dios.
El mismo año de su boda, la nueva familia Wojtyla se alegró con el nacimiento de su primer hijo, Edmund, médico que «sacrificó su vida por la humanidad sufriente», como reza su tumba, al morir en 1932 de escarlatina, contraída cuidando a una paciente enferma.
Los Wojtyla se mudaron a Wadowice en 1913 y tendrían que esperar diez años más para que la familia creciera con el nacimiento de Olga, su segunda hija, que murió al poco de nacer y ser bautizada. Cuatro años después, en 1920, quedaría de nuevo en estado, sufriendo un difícil embarazo que puso en peligro su vida y la de su hijo, pero que consiguió llevar adelante con gran confianza en Dios: el 18 de mayo nacería Karol como un regalo divino. Sin embargo, su salud quedó resentida desde entonces y no dejó de empeorar hasta que nueve años después, el 13 de abril de 1929, Emilia dejaba este mundo después de recibir los últimos sacramentos en presencia de su esposo junto a la cama.
Desde entonces, el viudo se ocupó de la casa y de Karol, quien años más tarde afirmaría que su hogar fue su primer seminario, viendo a menudo a su padre rezar de noche y acudir con frecuencia a la Virgen María. Enamorado del paisaje polaco y la historia de su tierra natal, transmitió a su hijo dicha pasión y la conciencia de la responsabilidad para con su patria. Los amigos del futuro Papa le recuerdan como un hombre modesto y humilde, pero que a sus ojos parecía ya una persona extraordinaria: «Vivió una vida dedicada por completo a su hijo, adivinando quizás a lo que Dios le llamaba». En 1938, tras la graduación de Karol, se mudaron los dos a Cracovia y tres años después moriría repentinamente por una insuficiencia cardíaca, hecho que marcaría profundamente a su hijo, despertando en él la conciencia de su vocación sacerdotal.
«En la realidad de hoy –concluyó el cardenal Dziwisz–, dominada por la soledad y la incertidumbre del mañana, pero también por la búsqueda del sentido de la vida, las figuras de Karol y Emilia Wojtyla se convierten en un testimonio de los valores perennes, entre los cuales la familia es lo primero. Estoy profundamente convencido –concluyó el cardenal Dziwisz– de que ambos se convertirán en un ejemplo para las familias modernas, y especialmente en el actual contexto en el que las familias, acosadas por ideologías que cuestionan la necesidad y el sentido de la existencia del matrimonio y el servicio en la familia, necesitan modelos auténticos de matrimonio y vida familiar».