«No matarás»

Tal como había ya anunciado, el actual gobierno español ha querido poner como pórtico de la actual legislatura la triste y deplorable iniciativa, protagonizada por el partido socialista, de enviar para su discusión al Congreso de Diputados la proposición de Ley Orgánica de regulación de la eutanasia.
Como se puede leer en la exposición de motivos que acompaña a la propuesta de ley se justifica la necesidad de esta ley subrayando su novedad: «No basta simplemente con despenalizar las conductas que impliquen alguna forma de ayuda a la muerte de otra persona». La despenalización, siendo ya por de por sí grave, tratándose de una conducta de colaboración con el suicidio y en muchos casos posiblemente homicida, se considera insuficiente por el fin que se pretende con esta ley, se trata de legislar sobre un nuevo y pretendido derecho. Así se afirma en esta exposición de motivos: «En definitiva, esta ley introduce en nuestro ordenamiento jurídico un nuevo derecho individual como es la eutanasia. Se entiende por ésta la actuación que produce la muerte de una persona de forma directa e intencionada mediante una relación causa-efecto única e inmediata». No disminuye en lo más mínimo, la sinrazón jurídica y la gravedad moral, el que se insista en las circunstancias que tendrán que justificar necesariamente esta acción mortal, el que sea la propia víctima quien lo pida como consecuencia de la situación de «sufrimiento insoportable».
Oswald Spengler en su célebre libro escrito hace ahora unos cien años La decadencia de Occidente afirma que una de las causas más evidentes de la decadencia de una cultura, y concretamente de la occidental, es la desaparición del «horror a la muerte». El escritor alemán se refería con esta expresión al hecho del radical descenso de la natalidad en los países europeos, consecuencia de haber casi desaparecido la inclinación natural que el hombre comparte con todos los seres vivos, de procurar por los medios de los que la misma naturaleza le ha dotado de tener descendencia que asegure la permanencia de la familia y con ello, de la especie. En Occidente –afirma Spengler– para tener un hijo hay que encontrar razones, y como es difícil encontrar razones suficientes para algo de tal importancia, no se tienen hijos. El suicidio demográfico del que nos hablan los actuales demógrafos tiene raíces existenciales, más que sociológicas, presentes ya hace cien años. Hoy la intuición de Spengler tiene una evidencia muy superior. La desaparición del horror a la muerte se refleja no sólo en la baja natalidad, sino sobre todo en las conductas abortivas y eutanásicas favorables a la muerte. Y como señalábamos anteriormente, reguladas de modo que no se trata meramente de despenalizar actos totalmente contrarios a la vida humana sino de declarar un nuevo «derecho»: ¡el derecho a la muerte!
¿Cómo es posible que se pretenda establecer un derecho que significa la cancelación de un derecho fundamental como es el del respeto a toda vida humana? Queda patente la degradación del derecho cuando esta legislación se pretende que coexista con nuevas leyes en favor de la protección de la vida de los animales.
Esta iniciativas no pueden ser inspiradas meramente por unas actitudes de falsa y equívoca compasión ante el dolor, o de creer que no somos capaces de asumir el dolor como algo intrínseco a toda vida humana. Hay algo más que tiene que explicar estas aberrantes conductas humanas. No nos queda más que pensar en el aquel que es «el enemigo de la natura humana» como dice san Ignacio en los Ejercicios Espirituales. El demonio, «padre de la mentira» ha conseguido seducir y presentar la destrucción de todo derecho como el triunfo de un derecho individual.
Una vez más se confirma lo que los últimos papas han enseñado reiteradamente en su magisterio: cuando se expulsa a Dios de la sociedad y se pretende que no esté de ningún modo presente en la vida de los hombres, considerando toda referencia religiosa como una alienación y en consecuencia una liberación el rechazo de Dios, el resultado necesario es la muerte de aquella criatura que Dios creó como manifestación de su amor a su imagen y semejanza.