Taiwán vuelve a rechazar la China comunista

No es ningún secreto que China está adoptando una agresiva política expansionista, como tampoco lo es que estos movimientos encuentran resistencias, desde Hong Kong hasta la castigada región de Xinjiang.
En este contexto, en Taiwán, la pequeña República China no comunista nacida de los restos del ejército nacionalista de Chiang Kai Shek refugiados en la antigua isla de Formosa, la presidenta Tsai Ing-wen ha vuelto a ganar las elecciones presidenciales con más del 57% de los votos emitidos. Pero el gran derrotado ha sido Xi Jinping, el presidente de la República Popular Comunista de China, que, aunque no participó en las elecciones, sí intentó influir en ellas con sus declaraciones… consiguiendo dar un vuelco en la opinión pública taiwanesa a favor de Tsai.
Las elecciones pivotaron principalmente sobre el asunto de la relación con la China continental y comunista, lo que explica la enorme diferencia entre las elecciones regionales de noviembre de 2018 y los ahora sorprendentes resultados de estas elecciones presidenciales. Tsai, la primera mujer presidenta, ha lanzado durante su mandato una serie de reformas impopulares, desde una confusa reforma laboral, hasta una reforma de las pensiones. En cuestiones societales, Taiwán se ha convertido en el primer estado asiático que ha establecido el matrimonio entre personas del mismo sexo en mayo de 2019, una medida aprobada durante la actual legislatura, a pesar de que fue rechazada en un referéndum popular en noviembre de 2018. Los resultados del partido de Tsai en las elecciones locales de finales de 2018 fueron tan malos que ella misma amagó con la dimisión.
Pero ha sido Xi Jinping quien ha provocado un cambio en las preferencias del electorado. El presidente chino insistió, a principios de 2019, en su agresivo discurso exigiendo la reunificación de Taiwán con China, por las buenas o por las malas y sin descartar el uso de la fuerza contra la «provincia rebelde», como si la guerra civil (1945-49) no hubiera terminado. A lo largo de 2019, Xi Jinping dio a los taiwaneses dos motivos más de preocupación. El primero, la guerra comercial con los Estados Unidos que causó un importante retorno de capital de la China continental a Taiwán. El segundo, Hong Kong, donde tras seis meses de protestas y disturbios, China mantiene y consolida su control sobre la ciudad-estado, dictando sus reglas, imponiendo su voluntad al gobierno local y negando su autonomía de facto y de jure. El conciliador programa de Deng Shiao Ping encerrado en la fórmula «un país, dos sistemas», que es el que se proponía como base para la posible reunificación de Taiwán con China, se ha demostrado un engaño, una cortina de humo para la lenta anexión de un territorio a la China comunista.
Esta escalada de amenazas ha sido explotada electoralmente por Tsai, que siempre ha defendido la independencia de Taiwán, lo contrario de Han Kuo-Yu, líder del Kuomintang, que siguen hablando de una sola China y apuesta por una reunificación pacífica, que el electorado ha considerado una posición de debilidad frente a las ansias expansionistas de la China comunista. Para acabar de amedrentar a los taiwaneses Xi Jinping ha obligado a otros gobiernos de naciones pequeñas, como las Islas Salomón, a romper sus relaciones diplomáticas con Taiwán. Por último, pero no menos importante, Tsai también dio voz y refugio a los disidentes de Hong Kong. Las medidas impopulares de Tsai pasaron a un segundo plano cuando lo que la mayoría de electores consideraban que estaba en juego era su mera supervivencia como país libre. Y, de paso, volvieron a dar un ejemplo de una de las leyes más probadas de la política: allí donde se puede votar libremente, la mayoría vota contra el comunismo.