La consagración a Jesús: una vida por, con, en y para María

La consagración total nuestra a Jesucristo por María para vivir mejor su vida no basta hacerla un día, una vez para siempre es preciso que este don se haga vida. Para ello Montfort nos propone una serie de prácticas interiores y exteriores. Las prácticas exteriores son, por ejemplo una seria preparación para la consagración misma, una especial devoción al misterio de la Encarnación, la recitación del Magníficat, la «Coronilla» y principalmente la recitación devota del Santo Rosario. Montfort nos dice que «no hay que omitir estas prácticas exteriores por negligencia ni desprecio, en la medida en que lo permiten el estado y la condición de cada uno» (TVD 249), pero «lo esencial de esta devoción consiste en lo interior» (TVD 226), las prácticas interiores porque permitan que esta consagración prenda en nuestra vida cotidiana e informe los menores detalles de nuestra existencia.
Por estas prácticas interiores, «a los que el Espíritu Santo llama a una alta perfección» descubrimos con Montfort que se trata «en dos palabras» de hacerlo todo POR MARÍA, CON MARÍA, EN MARÍA y PARA MARÍA para que así resulte hacerlas más perfectamente por, con, en y para Jesucristo (TVD 258).
Veamos la profundidad que se obtiene con estas cuatro preposiciones.
«Por…con….en….para», es ante todo, la vida: toda la vida.
Desde la flor más humilde y diminuta hasta el mismo Dios, pasando por el hombre, ningún ser vive totalmente solo, desligado de su alimento, de su ambiente, de sus semejantes.
La humilde violeta vive por y con la tierra y el agua. Se abre en el aire y la luz y crece para nosotros, para alegría nuestra. Un niño en el seno de su madre vive también por ella, con ella y en ella. Depende totalmente de ella. Ella es su ambiente nutricio. Separado de ella, morirá necesariamente ¿Se puede decir que vive para ella? Sí, ciertamente, sin saberlo. ¿No es normalmente el niño la alegría de sus padres? Por último toda la creación vive por, con, en y para su Creador, de quien depende todo su ser: en Él, el Padre, vivimos, nos movemos y existimos…. Todo ha sido creado por Él, Jesús, y para Él. En Él fueron creadas todas las cosas. Todo subsiste en Él (Hech 17, 28; Col 1,15-20)
Estas cuatro preposiciones pueden expresar también el amor: el amor humano, pero aún más el que Dios nos tiene. Cuando uno ama vive siempre en cierta forma por, con, en y para el ser amado. Su felicidad es la nuestra; su dolor, el nuestro. Ante todo se vive por él. Basta «contemplar» por ejemplo a padres que aman a sus hijos. Éstos les hacen vivir. Amar es también estar con. Cuando se ama uno no está solo y desea estar próximo a su ser amado, no basta estar con, uno quisiera llevar la intimidad hasta la interioridad, y la interioridad mutua, estar en el otro: «No sabes, pregunta Jesús a Felipe, que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14,10). Por último cuando uno ama vive para el ser amado No vive para sí mismo. «Cuanto hacemos es para nuestros hijos», dicen los padres.
Si Dios es la Vida y el amor, ¿qué tiene de extraño que utilice estas cuatro preposiciones en su Evangelio? Cuatro palabras para decir que Dios es amor. Es, pues, la relación entre dos personas que se aman en tal forma que viven totalmente la una «por, con, en y para la otra».
¿Y el Espíritu Santo? ¡Él precisamente es la relación misma! ¡Él es el «por, con, en y para» en persona! Vivir estas cuatro palabras que expresan el amor es nada menos que vivir la experiencia del Espíritu Santo. Jesús vive por su Padre (Jn 6, 57), con su Padre (Jn 8, 29), en su Padre (Jn 17, 21) y para su Padre (Jn 16, 28; 20, 17)
Esta intimidad inaudita y maravillosa de Jesús con su Padre, Dios la ha querido derramar a través del Espíritu Santo a nuestros corazones (Rom 5,5) y ¡nos invita a compartirla!
Esta es la revelación inefable, la vocación maravillosa de la Iglesia, de María, de toda la humanidad. Jesús nos la envía para vivir él mismo con nosotros y en nosotros, a fin de que nosotros podamos vivir por, con, en y para Él.
Dice el padre Morinay, en su libro María y la debilidad de Dios: ¡Ahí estamos, pues, por pobres y pecadores que seamos, invitados a compartir la intimidad maravillosa que Jesús vive con su Padre!
En este punto, Montfort nos plantea una «seria reflexión» y un acto de humildad. Si es un hecho que somos incapaces de acoger nosotros mismos a Jesús en nuestro corazón pecador (ASE 209-211), ¿cómo lo haréis para vivir por, con en y para Él? Y nos invita a que hagamos entrar a María en nuestra casa y con ella vendrá a morar la Sabiduría eterna en nosotros. Ella la acogerá en su corazón purísimo y nos hará participar en su vida y constituir uno solo con Jesús y así gozar viviendo por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús.