Desde Brasil se constata que el equilibrio mundial es cada vez más frágil

Los profetas del fin de la historia han cosechado un rotundo fracaso. El plácido nuevo orden mundial no puede disimular el desorden, el desequilibrio endémico, la fragilidad en que vive el mundo. Desde la irrupción del islamismo hasta el auge de la despótica China, el mundo vive en un sinfín de inesperadas sacudidas. La irrupción del populismo de derechas, cuyo último episodio ha sido la llegada al poder en Brasil de Bolsonaro, es en nuestros días un nuevo fenómeno político que está marcando la política internacional y que, en palabras del analista francés Philippe Grasset, «añade un fuerte impulso de desorden en una situación de gran desorden».
No es fácil predecir el impacto y duración de esta ola populista, pero resulta sugerente reflexionar acerca del proyecto presentado por el nuevo ministro de Asuntos Exteriores de Bolsonaro, Ernesto Araújo, que aboga por una alianza entre países con gobiernos «nacionalistas»: Brasil, Estados Unidos, Italia, el grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa), Rusia, Japón y la India. Esta alianza se enfrentaría, según Araújo, al eje formado por China, Europa y la izquierda globalista en los Estados Unidos.
Más allá de la plausibilidad, dudosa, de dicho proyecto (¿cómo conjugar, por ejemplo, la postura de Estados Unidos y Brasil respecto de Venezuela con el apoyo de Rusia al régimen de Maduro?), Araújo apunta a algunos aspectos relevantes. La alianza propugnada es poco verosímil, pero constata la emergencia en Europa de un núcleo de países que se alejan decididamente del rumbo tomado por la Unión Europea. Veremos cómo se traduce esto en términos de influencia en el Parlamento europeo que surgirá de las próximas elecciones europeas de mayo de 2019, pero no es aventurado pensar que las tensiones en el seno de la UE no van a dejar de crecer.
Por otro lado, aparece clara una cierta reacción, que asume tonos particulares en cada país, contra una ideología que desprecia cualquier noción tradicional, de arraigo, y no se detiene ante nada para imponer la ideología de género y la cultura de la muerte, una subversión sin precedentes de lo que algunos definen con el neologismo «societal», en referencia a los aspectos antropológicos y culturales del progresismo globalista (ideología de género, liberación sexual, aborto, matrimonio homosexual,…). Parece que las familias y las naciones no están dispuestas a desaparecer para dejar paso a la utopía con tanta facilidad. Y si en Europa esta batalla, quizás la más decisiva de nuestro tiempo, se manifiesta principalmente en la oposición entre Estados (sin descartar que alguno haga defección y cambie de bando), en Estados Unidos la fractura interna es tal que Araújo considera a la primera potencia mundial como si fueran dos agentes diferenciados en la escena internacional: los Estados Unidos gobernados por Trump y lo que denomina «la izquierda globalista en los Estados Unidos».
Lo más probable es que el plan de Araújo y Bolsonaro quede en nada, pero es indudable que verbaliza uno de los rasgos políticos de nuestro tiempo: son cada vez más quienes no aceptan la fatalidad de lo que algunos han definido como Sistema TINA (por las siglas de «There Is No Alternative», no hay alternativa).