China y Rusia apuestan por presidentes «eternos»

Cuando Francis Fukuyama nos anunció el «fin de la historia», se nos explicó que, a partir de ahora, la democracia liberal había triunfado y era el único horizonte real que se abría al futuro de los pueblos. Pero la historia parece resistirse a su final y empeñarse en desmentir las previsiones del renombrado académico estadounidense.
Los últimos acontecimientos políticos acaecidos en China y Rusia no señalan precisamente un avance hacia formas de democracia al estilo occidental, sino más bien un resurgimiento de regímenes autoritarios dependientes de un líder que concentra en sí un enorme poder sin casi límites formales. Ambos países han vivido la crisis del comunismo, y ambos parecen dejarla atrás abrazando un renacido orgullo nacional de la mano de gobernantes que monopolizan el poder de forma vitalicia (al menos ésa es su intención).
En el caso de China, la Asamblea del Pueblo reformó el pasado mes de marzo la Constitución para abolir el límite de mandatos presidenciales, siguiendo así las indicaciones del líder único y supremo, Xi Jinping. Se asegura de este modo que podrá ser presidente de por vida… e incluso después de muerto, dado que su pensamiento se ha convertido en texto constitucional. Ahora «el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era» se ha convertido en parte de la ley fundamental de China, junto al pensamiento de Marx, Mao y Deng Xiaoping (que obtuvo esta gloria, no obstante, sólo después de muerto). Xi Jinping se convierte así en una especie de dios-Partido en la Tierra.
En Rusia, por su parte, Vladimir Putin ha sido reelegido como presidente con una mayoría del 76 % de los votos emitidos. Sin rivales de peso, el único líder que podría hacer algo de sombra a Putin, Aleksei Navalnij, fue inhabilitado por la magistratura rusa hasta el año 2028. Se consolida, pues, también en Rusia un gobierno fuerte, autoritario, encarnado en un líder que acapara el vértice del poder y es legitimado periódicamente a través de plebiscitos controlados, sea entre los miembros del Partido en el caso chino, sea entre el pueblo llamado a las urnas, en Rusia.