Eutanasia y cuidados paliativos

Tras la tragedia del aborto, el drama de la eutanasia (o suicidio asistido) parece que comienza a extenderse ya por todo el mundo como un derecho al que el progreso del hombre nos conduce inevitablemente: Estados Unidos, [Oregón (1997), Washington (2008), Montana (2009), Vermont (2013), California (2015) y Washington D.C. (2017)), Holanda y Bélgica (2002), Suiza (2006), Luxemburgo (2009), Colombia y Canadá (2015)]. En España, por ejemplo, el Partido Socialista, Unidos Podemos y Ciudadanos llevan ya tiempo tratando de legislar (es decir, permitir) sobre el tema, camuflándolo como una garantía de la dignidad de la persona ante el proceso final de su vida.
La Iglesia, defensora incansable de la inviolable dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a participar en la misma vida divina, ha condenado ya en diversas ocasiones la ilicitud de la eutanasia. Y su solicitud maternal no sólo le ha llevado a indicar dónde está el mal que debe ser evitado, sino que ilumina también los caminos que debe seguir el hombre para alcanzar su salvación y felicidad.
Con este propósito, del 28 de febrero al 1 de marzo, se ha celebrado en Roma un Congreso Internacional sobre cuidados paliativos organizado por la Pontificia Academia para la Vida enfocado al diálogo y la cooperación entre los diferentes actores que participan en el ejercicio y la difusión de dichos cuidados y, a través de ello, proteger la dignidad de los enfermos, haciéndose cargo de su vulnerabilidad. El mismo programa del Congreso refleja la complejidad y lo delicado de los temas presentes en los cuidados paliativos así como la multiplicidad de dimensiones que entran en juego.
«Esos cuidados –remarcaba el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, en una carta dirigida a monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida con motivo de la apertura de los trabajos del Congreso– indican un redescubrimiento de la vocación más profunda de la medicina, que consiste ante todo en cuidar: su tarea es cuidar siempre, aunque no siempre sea posible curar. Ciertamente, la empresa médica se basa en el esfuerzo incansable de adquirir nuevos conocimientos y de superar un número cada vez mayor de enfermedades. Pero los cuidados paliativos prueban, dentro de la práctica clínica, la conciencia de que el límite requiere no sólo ser combatido y alejado, sino también reconocido y aceptado. Y esto significa no abandonar a las personas enfermas, sino estar cerca de ellas y acompañarlas en la difícil prueba que se presenta al final de la vida. (…) Por esta senda, puede encenderse la chispa que vincula la experiencia del amoroso compartir de la vida humana, hasta su misteriosa despedida, con la proclamación evangélica que ve a todos como hijos del mismo Padre y reconoce en cada uno su imagen inviolable. Este precioso vínculo defiende una dignidad, humana y teológica, que no cesa de vivir, ni siquiera con la pérdida de la salud, del papel social y del control del propio cuerpo».