Crónica de la peregrinación a Pont de Molins En el 79º aniversario del martirio de los beatos Polanco y Ripoll

El pasado 10 de febrero de 2018, tuvo lugar la ya tradicional peregrinación al monumento erigido en los años cuarenta en memoria del beato Monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel, y de su vicario general Don Felipe Ripoll, también beatificado, inmolados junto al canónigo de Albarracín Don Javier García Blasco y 39 prisioneros de guerra el 7 de febrero de 1939 en el barranco de Can Tretze de Pont de Molins.
Convocados por la Asociación «Hispania Martyr Siglo xx», una representación de devotos y amigos de nuestros mártires, provenientes en su mayoría de localidades de Barcelona y Gerona, se congregó en el cruce de la carretera de Pont de Molins a Biure, donde comienza el sendero que recorrieron los 42 prisioneros atados de dos en dos hasta el lugar de su sacrificio en aquella fría mañana de febrero, hace ahora 79 años.
Por dicho camino, mecidos por la «tramuntana», bajo un sol radiante, se inició el rezo del Viacrucis, presidido de cruz alzada por píos monaguillos. El joven diácono Alberto Pérez, religioso agustino, orden del beato obispo Anselmo Polanco, fue impetrando la intercesión de nuestros mártires en cada una de sus estaciones, concluyendo en la explanada del monumento con el canto del Credo, que, animados y bendecidos por el beato Anselmo, habían cantado también los allí sacrificados, como testimonio de su fe, concluido por su grito final de ¡Viva Cristo Rey!, ideal de la España católica.
En el lugar de la cruz abatida se colocó la traída por los peregrinos, y comenzó la Santa Misa, celebrada de nuevo allí después de decenios, ahora sobre el basamento del profanado altar, oficiada por el prestigioso martiriólogo Don Jorge López Teulón, postulador de la gran causa martirial de la provincia eclesiástica de Toledo, asistido por el diácono Alberto Pérez O.S.A. y dos atentos monaguillos.
Comenzó el celebrante su homilía manifestando el sentimiento que le invadía de estar unido espiritualmente a los mártires que, desde aquel lugar sagrado, subieron directamente al Cielo. Destacó como providencial el hecho de que, pese al derribo y troceamiento de su cruz y el abatimiento de su ara, se celebrara hoy el Santo sacrificio de la Misa, actualización del Sacrificio del Rey de los mártires en el Calvario al que, hace ocho décadas, se unieron los allí inmolados.
Trazó un paralelismo entre el anticlericalismo en la España de la II República y la apostasía social de nuestros tiempos, y cómo la elevación a los altares de 1875 beatos mártires de aquella persecución –877 de ellos bajo el pontificado del papa Francisco– hay que recibirla como un regalo de la Providencia de Dios a los católicos españoles del siglo xxi para que participen de su don de fortaleza, y pidan su intercesión, que nos prepare y conforte para mantener la fe y seguir su ejemplo en nuestros tiempos.
Recordó como el padre Amador del Fueyo, O.S.A., su primer biógrafo, calificó al hoy beato obispo Anselmo Polanco como «Mártir de la Carta Colectiva del episcopado español de 1937», porque por haberla firmado sufrió prisión, por reafirmarse en su contenido no fue liberado, y cuando relevantes personajes le ofrecieron traspasar la frontera si aceptaba no volver a su diócesis ni a zona facciosa, rechazó la propuesta como indigna, diciendo que iría dondequiera dispusiera el Papa. Dice el padre Fueyo que los demás firmantes firmaron la Carta con tinta y a buen recaudo; él la firmó en Teruel, línea de fuego, ciudad en peligro, y la rubricó después con su propia sangre en la torrentera de Can Tretze. Fue mártir porque quiso mantener el honor de Dios por encima de las componendas de sus enemigos.
Concluida la Santa Misa se procedió a venerar la reliquia del beato Anselmo, y seguidamente el presidente de Hispania Martyr Don Arcadio del Pozo dirigió unas palabras recordando los hechos del crudo invierno de 1937 con la toma de Teruel por el ejército republicano y la subsiguiente prisión de su obispo, sacerdotes y religiosos, contraviniendo el acta de rendición que los consideraba evacuados civiles bajo la protección de la Cruz Roja. El ejército republicano agregó al obispo y sacerdotes como prisioneros de guerra junto a los militares, por aparentar connivencia de la Iglesia con el ejército sublevado.
Seguidamente el vicepresidente de Hispania Martyr Don José Javier Echave-Sustaeta expuso la llegada de Mons. Polanco y los prisioneros a Barcelona; su prisión en el convento de las Siervas de María durante un año, y su marcha el 23 de enero de 1939 en vísperas de la liberación de Barcelona, a Ripoll y Campdevànol. Su encierro en Pont de Molins, a 15 kms. de la frontera francesa, y su traslado al barranco de Can Tretze donde el 7 de febrero el obispo fue asesinado con su vicario general Felipe Ripoll, su canónigo de Albarracín Javier García Blasco y 39 militares hechos prisioneros en Teruel por tropas en retirada de la Brigada Líster.
De vuelta a Pont de Molins se visitó la iglesia donde se hallan dos cuadros de los beatos Anselmo y Felipe, de los que se veneró una reliquia.
Se pasó luego al adjunto cementerio, en cuya fosa común estuvieron sepultados los cuerpos de los 42 asesinados hasta ser exhumados, siendo trasladados a Teruel los de los tres mártires religiosos de aquella diócesis, rezándose un responso por las almas de los que aún allí permanecen.
Frente al mismo se halla Can Buach, en la que los prisioneros traídos de Barcelona pasaron su última semana de vida terrenal, y de la que fueron llevados al barranco de Can Tretze donde fueron asesinados. Una lápida en sus muros lo recuerda.
El Monumento, manteniendo su piadoso recuerdo, retornó a su religioso silencio tras la despedida de los peregrinos, a quienes Don Jorge López convocó para el próximo año, en el que, Deo volente, esperamos conmemorar el octogésimo aniversario de la inmolación de nuestros queridos mártires.