El santuario nacional de la Gran Promesa de Valladolid

En el anterior número de Cristiandad introducíamos esta nueva sección, en la que se expone la historia de los distintos monumentos al Sagrado Corazón de Jesús que existen en España. Todas estas expresiones de la devoción que los españoles, especialmente a partir del siglo xix, hemos profesado y profesamos al Corazón de Jesús tienen un mismo punto de partida: la Gran Promesa revelada al beato Bernardo de Hoyos en Valladolid.
Las revelaciones del Corazón de Jesús a santa Margarita María en Paray-le-Monial habían tenido lugar entre 1673 y 1675. Con extraordinaria rapidez, la devoción y el culto que en ellas se pedían fueron dados a conocer y comenzados a practicar en Francia, Italia, Polonia y aun en lejanos países de misión, pero, transcurridos sesenta años, por distintas razones, aún no se habían extendido a España. Explica Canals que «Bernardo de Hoyos había de ser el instrumento del Corazón de Jesús para tales designios, siéndole otorgadas extraordinarias gracias místicas que admiraban a sus formadores. Pero también había dispuesto no desvelarle cuáles eran esos sus proyectos hasta mayo de 1733, año y medio antes de su temprana muerte».
En abril de ese mismo año, el novicio jesuita Bernardo de Hoyos, estudiante de teología en el colegio San Ambrosio de Valladolid, nada sabía de la devoción al Corazón de Jesús. Gracias a la relación epistolar que sostuvo con su amigo, el jesuita guipuzcoano Agustín de Cardaveraz, llegó a conocer el libro De cultu Sacrosancti Cordis Dei, del padre Gallifet. La lectura, que realizó con suma avidez, dejó impresionado a Bernardo. Es entonces cuando comenzaría a caer en la cuenta de la trascendencia de las revelaciones de Paray-le-Monial.
La tarde de domingo del 3 de mayo de 1733, el Corazón de Jesús quiso que Bernardo de Hoyos comprendiera íntimamente su devoción mediante la lectura del libro De cultu: «Yo, que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto alCorazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento, fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor sacramentado, a ofrecerme a su Corazón, para cooperar cuanto pudiese, a lo menos con oraciones, a la extensión de su culto». Prosigue Bernardo contando la conmoción que sintió: «No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente (lunes 4 de mayo) al Señor en la hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón sacrosanto, para comunicar a muchos sus dones por su Corazón adorado y reverenciado».
La Gran Promesa del Corazón de Jesús tendrá lugar el 14 de mayo. Bernardo escribe: «Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos: y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en que ni aun memoria parece hay de ella, me dijo Jesús: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes”». En ello se funda nuestra esperanza; esta promesa afianza aquélla que reveló a santa Margarita: «¡Reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquéllos que se oponen a ello!».
Bernardo se siente pequeño («quedé algo turbado, viendo la improporción del instrumento y no ver medio para ello»), pero, persuadido de esta encomienda, se entrega a la tarea de extender el culto al Sagrado Corazón por toda España. Tras consagrarse él mismo al Corazón de Jesús el 12 de junio, se dedicará a reclutar hermanos jesuitas y religiosas orantes; difundirá la devoción a través de gran cantidad de estampas y novenas del Sagrado Corazón de Jesús; fundará cofradías entre los fieles ayudado por los misioneros populares; se afanará por interesar a los obispos y a la familia real; y a través del padre Loyola escribirá Tesoro escondido. Fallecerá el 29 de noviembre de 1735 sin ver cumplido su deseo de instaurar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en España.
Los jesuitas, encargados de continuar la difusión de la devoción al Corazón de Jesús en todo el mundo, serían expulsados de las monarquías católicas, y la Compañía sería suprimida por influencia de la masonería y de los príncipes ilustrados. Expulsados de España en 1767 por Carlos III, la iglesia de San Ambrosio pasó a ser la iglesia parroquial de San Esteban en 1773. El convento de los jesuitas se cedió al episcopado escocés y el colegio con sus escuelas se transfirió al ejército para dedicarlo a parque de artillería.
Ya en 1869, el edificio sufrió un voraz incendio, a consecuencia del cual se perdieron casi todas las obras de arte que contenía. Al año siguiente, se procedió a la reapertura de la iglesia, adornándola con cesiones de piezas y mobiliario procedentes de otros templos y conventos de Castilla.
A pesar de la enorme difusión que tuvo el culto al Corazón de Jesús en España durante todo el siglo xix, no es hasta ya iniciado el siglo xx cuando se comenzó a recuperar la importancia de este sagrado lugar, precisamente en un momento de gran persecución a la Iglesia. Como remedio, el rey Alfonso XIII había consagrado España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles en 1919, y Pío XI instituye la fiesta de Cristo Rey en 1925. Ante el incremento de la secularización, D. Remigio Gandásegui, arzobispo de Valladolid, también centrará toda su acción pastoral en promover la espiritualidad del Corazón de Jesús y extender su reinado en la sociedad. El 24 de junio de 1923 inaugura la imagen que corona la torre de la catedral y consagra la diócesis al Corazón de Jesús.
Con motivo del segundo centenario de la Gran Promesa, monseñor Gandásegui, comenzará a promover la idea de convertir la iglesia de San Esteban en un templo expiatorio nacional del Sagrado Corazón de Jesús, al que poder acudir como «tabla de salvación». La aprobación fue concedida por el papa Pío XI en un documento enviado al arzobispo en 1933, pero la consagración se demoró. Don Remigio funda la revista Reinaré, y encomienda al sacerdote madrileño D. Félix Granda la ornamentación y actualización del templo para adaptarlo a su nueva función. Se emplazaron figuras relevantes de gran valor histórico, como el Relieve de santa Ana, la Virgen y el Niño, obra de los maestros barrocos Sebastián Ducete y Esteban de Rueda; el Retablo de la advocación filipina de Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje de Antipolo; el altar de Jesucristo Rey de los Mártires, presidido por un Crucificado de Esteban Jordán de estilo clasicista del siglo XVI; y un lienzo de la Inmaculada Concepción, pintado por Francisco Martínez en 1609. Sin embargo, todo queda en suspenso con el estallido de la Guerra Civil y la muerte del monseñor Gandásegui.
Su sucesor, D. Antonio García y García, continuó adelante con el proyecto, que requirió importantes remodelaciones del edificio, y tuvo la satisfacción de consagrar el templo expiatorio con el nombre de «Santuario Nacional de la Gran Promesa» el 15 de junio de 1941, para cuya misa de consagración se compuso la Misa al Sacratísimo Corazón de Jesús de Julián García Barrio. El papa Pío XII envió en esa fecha un mensaje en el que expresaba su gozo por la inauguración del templo, llamando a Valladolid «foco de luz y amor del Corazón del Rey divino». El nuevo santuario se proyectaba hacia Hispanoamérica y Filipinas, e incluso se hicieron grandes planes para la construcción de un magnífico complejo de irradiación de espiritualidad del Corazón de Jesús que el arzobispo denominó «Alcázar de Cristo Rey», consistente en un centro de peregrinación en torno al Santuario, aunque el proyecto acabaría abandonándose.
D. Antonio, queriendo garantizar la vitalidad religiosa potente de este foco que debe difundir y extender la luz y amor que nace del Corazón de Cristo, pensó en «lámparas» que velasen por su fecundidad espiritual, «almas que, con espíritu paciente y abnegado, supliquen, intercedan y reparen». Para ello funda el carmelo de Cristo Rey en Tordesillas, inaugurado en la fiesta de san Juan Bautista de 1945.
EL padre Granda reanudaría la ornamentación del Santuario en 1950. Muestra de ello es la carroza de Cristo Rey, obra realizada por él mismo y que es sacada en procesión el día del Sagrado Corazón de Jesús. Del mismo autor es la imponente imagen del Sagrado Corazón de Jesús, con los brazos abiertos y erguido sobre ángeles.
En 1953, el cardenal Roncalli, futuro papa san Juan XXIII, visitó oficialmente el santuario nacional, y ya en 1964 el beato Pablo VI emitió la bula por la que el templo del santuario nacional de la Gran Promesa quedaba erigido en basílica menor.
El santuario de la Gran Promesa anhela ser, por un lado, un templo plenamente eucarístico, ya que la devoción al Sagrado Corazón tiene el objeto de avivar, renovar y encender en los hombres el amor a Jesús en el Santísimo Sacramento, donde es especialmente ofendido, para que sea también amado y reparado. Pero, por otra parte, también es un recordatorio permanente de esa profunda esperanza en la Gran Promesa realizada por el mismo Corazón de Jesús, tal y como manifestó el padre José Eugenio de Uriarte, S.I., en la introducción de su libro Principios del reinado del Corazón de Jesús en España, donde afirma: España será «trono del reinado, tardío sí, pero glorioso, tanto cuanto estable, de las dulzuras, de las gracias y del amor del Corazón de Jesús sobre la tierra».