Barcelona contra el ejército de la revolución

Desde que el 13 de febrero de 1808 las tropas francesas, dirigidas por el general Guillaume Philibert Duhesme, ocuparon Barcelona, hubo varios planes para su liberación, siendo el más ambicioso el organizado para la medianoche del 12 de mayo de 1809, día de la Ascensión.
La tentativa planeaba un alzamiento popular, con la participación de ocho mil ciudadanos de dentro de la ciudad, apoyados por el Ejército español y el somatén, apostados fuera de murallas, y los buques ingleses que bloqueaban el puerto. Para facilitar la entrada de estas tropas, los sublevados contaban con la complicidad de dos capitanes italianos del ejército napoleónico, Dottori y Provana, sobornados a cambio de abrir las puertas desde dentro. Una vez tomada la fortaleza de Montjuïc, una señal avisaría a los ciudadanos armados para iniciar el motín, tocando a rebato las campanas de diversas iglesias de la ciudad. Sin embargo, la señal no se produjo por causas desconocidas y la conspiración se vio frustrada.
En los siguientes días, la delación de uno de los capitanes traidores, Provana, permitió a los franceses detener a gran parte de los conspiradores. El 14 de mayo el capitán Provana citó en su domicilio a dos de los instigadores del complot: un comerciante, Salvador Aulet y un funcionario de Hacienda, Juan Massana. La reunión era en realidad una trampa y ambos fueron arrestados por el Comisario General de Policía, Ramón Casanova. Al día siguiente se detuvo, entre otros, al doctor Joaquín Pou, cura párroco de la Ciudadela, al padre Juan Gallifa, teatino, y José Navarro, subteniente del Regimiento de Soria, quien ya había sido prisionero de guerra tras haber sido herido meses antes en el puente de Molins del Rei.
Junto a la catedral de Barcelona, en la plaza Garriga i Bachs, hay un precioso relato de la condena y ejecución de estos héroes catalanes cuyo texto copiamos literalmente:
Condenados a muerte por la Comisión militar cinco de los diez y ocho leales patriotas, a saber el doctor D. Joaquín Pou, cura párroco de la Ciudadela, el padre D. Juan Gallifa, teatino, D. José Navarro subteniente del Regimiento de Infantería de Soria, D. Juan Massana, oficial de la consolidación de valores reales y D. Salvador Aulet, corredor de cambios se les intima la sentencia a las once y media de la noche del 2 de junio y a las cinco y media de la mañana siguiente recibieron el Sagrado Viático en la torre de la Ciudadela. El vicario perpetuo de santa María del Mar que se les administró, el doctor D. Francisco Collell, vicario de san Jaime y el padre D. Raymundo Ferrer, presbítero del Oratorio que sostiene la toalla quedaron absortos al ver la tranquilidad y fervor de nuestros héroes.
Salen gloriosamente de la Ciudadela para la esplanada en medio de tropa precedida de los que les vendieron a los cinco héroes de Barcelona. A Massana le asiste el doctor Collell, a Aulet, el padre Ferrer, a Navarro, D. Tomás Perals, pbro., y entre Pou y Gallifa va el doctor Bartolomé Vila, pbro., auxiliándolos. La serena tranquilidad y fervor cristiano con que van a poner el sello a su acendrada fidelidad, son el más claro testimonio de la santidad de la causa por la cual mueren.
Muerto a la violencia del garrote el doctor D. Joaquín Pou, sube al cadalso con la mayor firmeza, para sufrir igual suerte, D. Juan Gallifa, quien con la misma serenidad reza un responso a su compañero, al arrojar el manteo sobre su cadáver. Los otros tres héroes, Navarro, Massana y Aulet, están reconciliándose al pie de la horca, en la cual consumaron luego, con el mayor valor y cristianos sentimientos, el gustoso sacrificio que hicieron de sus vidas por la religión, por la patria y por Fernando VII.
Ejecutose tan horrorosa escena, en glasis de la Ciudadela de Barcelona, a las cinco de la tarde del 3 de junio de 1809, sin otros testigos que las tropas invasoras y los traidores.
Mientras se escuchaba la sentencia contra los cinco héroes, otros tres valerosos barceloneses, a saber, D. Ramón Mas, D. Julián Portet y D. Pedro Lastortras tocaron a arrebato en la torre de la Catedral para convocar al pueblo y liberar a sus hermanos. Voló allá la tropa napoleónica y cerrando la iglesia empezó un escrutinio, el más escrupuloso. Desesperados por no encontrarlos ofrecieron a grandes voces tocar el perdón y a tal inflijo salieron de debajo de los fuelles del órgano los tres mencionados después de haber estado más de 72 horas sin comer ni beber nada. Procuraron reanimarlos con vino generoso avivando la promesa de perdón, los mismos que luego, faltando a su palabra, instaron su muerte, que se ejecutó el 27 del mismo Junio, en que murieron gloriosamente.