Atentado yihadista en Barcelona

El pasado 17 de agosto, a las cinco de la tarde, Barcelona se vio sacudida por un atentado islamista en Las Ramblas. Una furgoneta recorrió medio kilómetro por la zona peatonal de la calle, arrollando a cientos de transeúntes a su paso y causando la muerte de 16 personas y decenas de heridos, casi en su totalidad turistas que paseaban por la popular arteria barcelonesa. En un verano marcado por los ataques de la izquierda radical al turismo, que ha llegado a emplear el lema «turistas, vosotros sois los terroristas», el verdadero terror nos devolvía a la cruda y trágica realidad. Tras el atropellamiento el conductor de la furgoneta, Younes Abouyaaqoub, logró escapar a pie cruzando el mercado de la Boquería hasta llegar a la Zona Universitaria, donde asesinó a Pablo Pérez, cuyo coche utilizó para salir de Barcelona.
Horas después del ataque de Barcelona, en la noche del 17 al 18, se produjo otro atentado en Cambrils: cinco terroristas fueron abatidos tras intentar saltarse un control policial y atropellar a seis personas.
Poco después se supo que los atentados estaban relacionados con una explosión que había ocasionado el derrumbamiento de una casa en Alcanar un día antes, el 16 de agosto. En esta casa se habían almacenado numerosas bombonas de butano y explosivos de fabricación casera, cuya explosión accidental obligó a los terroristas a cambiar los planes y les llevó a optar precipitadamente por el atropello masivo en las Ramblas. El 19 de agosto se identificó al imán de Ripoll, que habría muerto en la explosión de Alcanar, como cabecilla de la célula terrorista, compuesta por jóvenes musulmanes residentes en aquella localidad. Dos días después, Younes Abouyaaqoub era abatido en Subirats. Los atentados fueron reivindicados por el Estado Islámico.
La ulterior investigación acerca de los precedentes del atentado ha dejado en evidencia diversos errores graves por parte de las fuerzas de seguridad, cuyos detalles se irán dilucidando, y diversas inexactitudes, cuando no abiertas falsedades, por parte de los portavoces de las mismas. Pero no es éste el lugar para analizar estos aspectos y sus motivaciones.
Tras el impacto del ataque, llegó la polémica en torno a la manifestación de repulsa que tuvo lugar en Barcelona poco más de una semana después. En ella, los nacionalistas quebraron el carácter de la marcha y la convirtieron, sin mostrar el mínimo respeto hacia las víctimas y sus familias, en un ataque a las autoridades españolas y en una reivindicación separatista. El estupor y las críticas ante esta actitud fue algo generalizado en los medios internacionales, mientras que fueron muchas las personalidades catalanes que expresaron su vergüenza en los días siguientes a dicha manifestación.
Junto a este carácter separatista y a la profusión de las frases banales de rigor, se quiso también que la denuncia de los peligros de una supuesta «islamofobia» fuera otro de los rasgos de la marcha. Las referencias al terrorismo islámico fueron concienzudamente ocultadas en lo que algunos han calificado como el ejemplo más evidente de la dhimmitud (situación de discriminación y sujeción al islam de las poblaciones no musulmanas en territorio musulmán) que ya estamos viviendo en Europa. Como escribía Juan Manuel de Prada, «un aberrante atentado islamista sirve como excusa para denunciar brotes de islamofobia. Chesterton nos enseñaba en La taberna errante que en el laicismo melifluo siempre se camufla un odio constitutivo y medular a la fe cristiana. Y también que el islam era el catalizador que el laicista emplearía como ariete para derribar las enojosas barreras cristianas; pero que esta labor de derribo se esté realizando precisamente en estos días demuestra que la sociedad española es, en verdad, una masa genuflexa y temblona».
No vamos a extendernos sobre el evidente carácter yihadista de los atentados; baste señalar que por mucho que se insista en que estos ataques nada tienen que ver con el islam, las evidencias en contra son aplastantes. Como muestra, entre muchas otras, la respuesta que en una red social dio el terrorista abatido en Cambrils, Moussa Oukabir, a la pregunta «En tu primer día como reina/rey absoluta del mundo, ¿qué harías?»: «Matar a los infieles y sólo dejar a musulmanes que sigan la religión».
Entre tanta manipulación, tanta falsedad, tanto «buenismo» infundado e impotente a la vez, incapaz de afrontar la realidad del mal que nos golpea, las palabras del cardenal de Barcelona, monseñor Omella, durante la homilía en la misa de la Sagrada Familia por las víctimas del atentado, han resonado con fuerza, mostrando que los cristianos no nos plegamos al mentiroso discurso del mundo. Decía mons. Omella, señalando la raíz última de la tragedia que hemos vivido: «Estamos en este lugar sagrado, la basílica de la Sagrada Familia, que Antonio Gaudí proyectó para ser un templo reparador, es decir, un lugar para orar por los pecados del mundo. Y acaso ¿no es un pecado gravísimo atentar contra la vida de unos semejantes, de nuestros prójimos, de unos seres inocentes y de niños?».
El hecho de que el grupo terrorista estuviera compuesto por jóvenes perfectamente integrados, que no sólo han sido educados en el sistema público de educación catalán, sino que incluso algunos de ellos habían mostrado simpatías hacia el nacionalismo secesionista, plantea importantes preguntas. Un libro-entrevista, de reciente aparición, que recoge una conversación entre Jordi Pujol y quien fuera líder de Esquerra Republicana, Heribert Barrera, aporta un comentario muy revelador al respecto. Barrera expresa su preocupación porque, según él, los catalanes, «como grupo étnico tenemos complicado subsistir, porque aparte de la lengua, no tenemos ninguna característica interna importante que nos permita mantener la especificidad. No tenemos ni la insularidad de Irlanda ni una religión propia como los judíos o los musulmanes». La religión católica, la propia de Cataluña, debería dejar paso a una Iglesia nacional catalana, más del gusto del nacionalismo regalista. Añade Barrera: «creo que lo que complica bastante las cosas es que es más difícil integrar a un latinoamericano que a un andaluz», a lo que Jordi Pujol responde: «y más que a un marroquí; la religión aparte, a los latinoamericanos les cuesta entender la catalanidad». Esta actitud nacionalista, que prima a quienes considera más alejados de lo que nos une a todos los españoles, se ha traducido en políticas muy concretas durante las décadas de gobierno nacionalista, convirtiendo Cataluña en nido de salafistas: tres cuartas partes de las mezquitas salafistas de España se encuentran en territorio catalán y de los 7,5 millones de catalanes, más de medio millón son musulmanes.
El hecho de que, además, los yihadistas fueran residentes en Ripoll, entraña un simbolismo que no pasa desapercibido, como lo ha reseñado el medievalista Sánchez Saus (Ver la sección Hemos leído del presente número).