Hacia la plena comunión que esperamos

El pasado 28 y 29 de abril el papa Francisco realizó un viaje apostólico a Egipto en respuesta a una cuádruple invitación: del Presidente de la República, de su santidad el Patriarca copto ortodoxo, del Gran Imán de Al-Azhar y del Patriarca copto católico. Sus principales objetivos: el diálogo interreligioso con los musulmanes y ecuménico con los coptos y la promoción de la paz en el mundo.
De entre todas las palabras y gestos realizados por el Santo Padre en este viaje nos ha llamado especialmente la atención su explícita y rotunda confirmación de aquella esperanza que el padre Igartua, en su documentado estudio sobre la esperanza ecuménica de la Iglesia, formulaba como «la llegada del día felicísimo y deseadísimo en que se hará una sola mansión de la Iglesia católica y las Iglesias orientales, hoy separadas, por obra de Cristo Jesús y con el auxilio de María», preludio de la futura unidad religiosa del mundo.
Ha sido en el marco del encuentro del papa Francisco con el Patriarca de los coptos, Tawadros II, en que el Papa recordó brevemente el camino ecuménico recorrido desde aquel «momento crucial» que supuso en las relaciones entre la Sede de Pedro y la de Marcos la declaración común firmada por Pablo VI y Amba Shenouda III el 10 de mayo de 1973. «En ese día, después de “siglos de una historia complicada”, en los que “se han manifestado diferencias teológicas, fomentadas y acentuadas por factores de carácter no teológico” y por una creciente desconfianza en las relaciones, con la ayuda de Dios hemos llegado a reconocer juntos que Cristo es “Dios perfecto en su Divinidad y hombre perfecto en su humanidad”. Pero no menos importantes y actuales son las palabras que la precedían inmediatamente, con las que hemos reconocido a “Nuestro Señor y Dios y Salvador y Rey de todos nosotros, Jesucristo”. Con estas expresiones la sede de Marcos y la de Pedro han proclamado el señorío de Jesús: juntos hemos confesado que pertenecemos a Jesús y que él es nuestro todo. Aún más, hemos comprendido que, siendo suyos, no podemos seguir pensando en ir adelante cada uno por su camino, porque traicionaríamos su voluntad. Delante del Señor, que quiere que seamos “perfectos en la unidad” no es posible escondernos más detrás de los pretextos de divergencias interpretativas ni tampoco detrás de siglos de historia y de tradiciones que nos han convertido en extraños. Como dijo aquí Su Santidad Juan Pablo II: “A este respecto no hay tiempo que perder. Nuestra comunión en el único Señor Jesucristo, en el único Espíritu Santo y en el único bautismo, ya representa una realidad profunda y fundamental” (Discurso durante el encuentro ecuménico, 25 febrero 2000). En este sentido, no sólo existe un ecumenismo realizado con gestos, palabras y esfuerzo, sino también una comunión ya efectiva, que crece cada día en la relación viva con el Señor Jesús, se fundamenta en la fe profesada y se basa realmente en nuestro bautismo, en el ser “criaturas nuevas” en él (cf. 2 Cor 5,17): en definitiva, “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). De aquí tenemos que comenzar siempre, para apresurar el día tan esperado en el que estaremos en comunión plena y visible junto al altar del Señor».
Conscientes de la importancia de reconocer la existencia de un único bautismo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para la plena comunión y terminados los discursos, el Papa Francisco y el papa Tawadros II firmaron una nueva Declaración Conjunta en la que «en obediencia a la acción del Espíritu Santo que santifica a la Iglesia, la custodia a lo largo de los siglos y la conduce hacia la unidad plena, aquella unidad por la que oró Jesucristo» se comprometieron, «para complacer al corazón del Señor Jesús, así como también al de nuestros hijos e hijas en la fe, (…) procurar sinceramente no repetir el bautismo a ninguna persona que haya sido bautizada en algunas de nuestras Iglesias y quiera unirse a la otra. Esto lo confesamos en obediencia a las Sagradas Escrituras y a la fe de los tres Concilios Ecuménicos reunidos en Nicea, Constantinopla y Éfeso. Pedimos a Dios nuestro Padre que nos guíe, con los tiempos y los medios que el Espíritu Santo elija, a la plena unidad en el Cuerpo místico de Cristo».
Esta es la esperanza de la Iglesia que nos gloriamos en profesar y que, según el Papa Francisco, un día veremos realizada, cuando el reino de Cristo llegue a su consumación en cuanto a la difusión de la fe predicha por los Profetas y el Apóstol.