Inglaterra se consagra al Corazón Inmaculado de María

La devoción a la Virgen María siempre ha tenido un lugar muy destacado entre el pueblo católico inglés. Ya a principios del siglo viii san Beda el Venerable, monje benedictino inglés, instruía a sus fieles sobre las glorias de María con estas palabras: «Verdaderamente dichosa es la Madre que, según expresión del poeta, dio a luz al Rey que gobierna cielos y tierra por los siglos de los siglos. Ella tiene el gozo de la maternidad y el honor de la virginidad. Antes que ella no ha habido mujer semejante, y no se verá otra después de ella». Pero no será hasta el reinado de san Eduardo el Confesor (1003-1066) cuando la Madre de Dios se hará omnipresente en la vida del pueblo inglés, multiplicándose por toda la geografía anglosajona los gremios y santuarios a ella dedicados y extendiéndose la creencia de que Inglaterra pertenecía de un modo especial a María, su gran protectora. Recordemos, por ejemplo, que fue un inglés, san Simón Stock, quien recibió de manos de la Virgen en 1251 el Escapulario de la Orden carmelitana.
Del inicio de la Baja Edad Media parece provenir la denominación de Inglaterra como «la Dote de María» a pesar de que no hay evidencia escrita de este título hasta finales del siglo xiv, en que Thomas Arundel, arzobispo de Canterbury, escribía a sus obispos: «La contemplación del gran misterio de la Encarnación ha llevado a todas las naciones cristianas a venerar a aquella por quien llegaron los primeros comienzos de nuestra redención. Pero nosotros, los ingleses, siendo siervos de su particular herencia y su propia dote, como a menudo nos llaman, debemos superar a los demás en el fervor de nuestras alabanzas y devociones». Pocos años después, Enrique V atribuirá su inesperada victoria en la batalla de Agincourt a la intercesión de María Santísima, que vela por su dote, consagrándole su reino.
Estas alabanzas y devociones se vieron repentinamente truncadas a partir de 1534 con la separación de Roma de la Iglesia de Inglaterra y la cruenta persecución de toda manifestación de fe católica que siguió al cisma de Enrique VIII. Sin embargo, la devoción a María parece que nunca abandonó Inglaterra, incluso entre los anglicanos, que no hace mucho declaraban no considerar la práctica de pedir a María y a los santos que rueguen por nosotros como motivo de discordia (cf. declaración conjunta anglo-católica «María, gracia y esperanza en Cristo», mayo de 2005).
Pero tendremos que esperar a 1893, apenas cuarenta años después de la restauración de la jerarquía católica en el país, cuando Inglaterra vuelva a ser consagrada solemnemente a la Virgen como muestra de su especial pertenencia a ella, emulando «el maravilloso amor filial que ardía en el corazón de vuestros antepasados hacia la Madre de Dios, a cuyo servicio se consagraron con tan abundantes pruebas de devoción que el reino mismo adquirió el título singular de la “Dote de María”», como recordó León XIII a los obispos ingleses. Y esta consagración se repetiría en 1948 frente a Nuestra Señora de Walshingham, patrona de Inglaterra, recién acabada la segunda guerra mundial, para agradecer su protección durante la contienda y reparar los males que ésta había traído.
El pasado 18 de febrero, siguiendo esta larga tradición de considerarse patrimonio de María, el pueblo inglés volvía a reunirse a los pies de su Madre para entregarse de nuevo a ella. En el marco de la celebración del centenario de las apariciones de la Virgen a los tres pastorcitos de Fátima, miles de fieles se congregaron en la catedral londinense de Westminster para participar en una bellísima ceremonia que tuvo como puntos culminantes la coronación de la Virgen Peregrina de Fátima –imagen bendecida por Pablo VI en mayo de 1967 y regalada a Inglaterra por el obispo de Leiria al año siguiente–, que visitará en los próximos meses las distintas catedrales de Inglaterra y Gales, y la consagración de éstas a su Inmaculado Corazón.
Los actos fueron presididos por el cardenal Vincent Nichols, primado del Reino Unido, que leyó la siguiente fórmula consagratoria:

«Reina del santísimo Rosario, Refugio de la raza humana, Madre de la Iglesia, nos dirigimos a ti, confiados en que recibiremos misericordia, gracia, apoyo y protección a través de la gran bondad de tu Corazón maternal. A ti y a tu Inmaculado Corazón, en este año del centenario de las apariciones de Fátima, nos re-consagramos en unión no sólo con la Iglesia, Cuerpo místico de tu Hijo, sino también con el mundo entero.
»Que la visión de la extensa destrucción moral y material, de los dolores y angustias de innumerables padres y madres, esposos y esposas, hermanos y hermanas, y niños inocentes, y de las almas en peligro de ser eternamente condenadas, te mueva a compasión.
»Oh, Madre de misericordia, Reina de la paz, a través de su intercesión obtennos la paz de Dios por