El ángel prepara a tres niños de Fátima para recibir el mensaje de la Virgen

1916: Portugal en la Guerra Mundial

Al comienzo de la guerra Portugal se declaró neutral, pero dos años después el partido Democrático, en el poder desde la Revolución de 1910 decidió aliarse con los ingleses, integrando dos divisiones con cincuenta mil portugueses en la fuerza expedicionaria británica combatiente en el norte de Francia. En abril de 1918 una de ellas fue exterminada en la batalla de Lys, sufriendo más de trece mil bajas. Las malas noticias que llegaban de los frentes, y las dificultades de suministros, crearon en el país un ambiente popular contrario a la guerra, y los fieles católicos, mediante una cruzada del Rosario, volvieron sus ojos a la Virgen Inmaculada pidiéndole que volvieran sus hijos y salvara a Portugal. En este contexto, en el año 1917 un país políticamente irrelevante iba a vivir un acontecimiento extraordinario, cuyo centenario despierta hoy expectativa: las apariciones de la Madre de Dios a tres niños de una pobre y perdida aldea manifestándoles el singular designio de la misericordia de su Hijo de salvar a un mundo secularizado mediante la devoción a su Inmaculado Corazón.

«Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas».

Los hechos comenzaron el año anterior con las apariciones de un ángel que, tras decir a los niños que el clamor del pueblo católico ha sido escuchado y pronto llegará el final de la guerra, les da a conocer la urgente necesidad de rezar y sacrificarse por la conversión de los pecadores, preparándoles para la gracia que próximamente van a recibir: la aparición de la Santísima Virgen María, Reina de los Cielos.
En las aldeas de Portugal a principios del pasado siglo xx se solía encomendar a los niños el conducir sus rebaños familiares a los pastos cercanos. Así sucedía en las familias Marto y Santos. A Lucía Santos y a sus primos Francisco y Jacinta Marto les encantaba el encargo, que les permitía jugar al aire libre mientras sus contadas ovejas pastoreaban en las parcelas de sus padres. Sus dos zonas favoritas de pastoreo y juego eran un prado llamado Loca do Cabeço, y Cova da Iria, a cierta distancia de Fátima. Sor Lucía explica en su 4ª memoria: «No puedo precisar las fechas exactas, pues entonces yo no sabía aun contar con exactitud los años, los meses, ni aun los días de la semana, pero me parece que debió ser en la primavera de 1916 cuando el Ángel se nos apareció por primera vez en nuestro Loca do Cabeço.» Lucía tenía entonces nueve años, y aquel día conducía su rebaño con el de sus primos Jacinta, de seis años y Francisco Marto, de ocho, a la propiedad de los padres de Lucía en la colina del Cabeço. Comenzó a llover y tuvieron que refugiarse en una pequeña cueva de la ladera hasta que amainó la lluvia y salió el sol. Tras comer su almuerzo, los pastorcillos rezaron el Rosario abreviándolo de manera ingeniosa, recitando en cada misterio, en vez de la oración completa, sólo diez veces las palabras «Dios te salve María llena de» y «Gloria», para poder comenzar antes a jugar.
Mientras estaban jugando, sopló repentinamente un viento fuerte, y los niños vieron aproximarse bajo los olivos una figura que Lucía describió como de «un joven de unos 14 o 15 años, más blanco que la nieve y transparente como el cristal atravesado por los rayos del sol, y de gran belleza. Estábamos asombrados y absortos sin decir palabra. Al llegar junto a nosotros, nos dijo: “¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz”, y arrodillándose en la tierra, bajó la frente hasta el suelo, diciéndonos: Rezad conmigo: “Dios mío, yo creo y espero en Vos, os adoro y os amo. os pido perdón por los que no creen, no os adoran, no esperan en Vos, ni os aman”. Transportados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos sus palabras por tres veces. Después se incorporó y dijo: “Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Luego desapareció».
En estas primeras palabras del Cielo en la historia de Fátima se condensa lo esencial de su mensaje. Tras tranquilizarles: «no temáis», el ángel da su nombre: «Soy el Ángel de la Paz», y enseña a los niños la oración que deben recitar con él: «Orad conmigo»; a quien dirigirla: a «los Corazones de Jesús y de María, que están atentos a la voz de vuestras súplicas», y la forma apropiada de rezarla: «Arrodillándose en tierra, con la frente hasta el suelo». La oración que el Ángel enseña a los niños les da a entender claramente que son muchos los que no creen en Dios porque no le conocen, y por ello no le adoran ni confían en Él, por lo que no le aman; debiendo suplir sus omisiones y ofensas con nuestros actos de reparación.
Lucía recuerda: «la atmósfera sobrenatural que nos envolvía era tan intensa, que casi no nos dábamos cuenta de nuestra existencia. Permanecimos en la posición que nos había indicado el Ángel por largo espacio de tiempo, repitiendo siempre la misma oración.… Las palabras del ángel se marcaron tan profundamente en nuestros corazones, que jamás se nos han olvidado. A partir de este momento recitamos muchas veces y largamente la oración, postrados sobre la tierra, como lo habíamos visto con el ángel y repetíamos sus palabras, hasta que nos sentíamos exhaustos.» (Memorial de Sor Lucía).

«Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia»

Si en la primavera de 1916 el Ángel de la Paz se aparece a los tres pastorcillos y les dice algo tan sorprendente como que: «Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas», durante el verano el Ángel de Portugal completará este mensaje con el asombroso anunció de que: «los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia», pidiéndoles su libre y generosa cooperación. En otoño el Ángel de la Eucaristía les expondrá el objeto principal de su visita: «Por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón [de Jesús] y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores».
Les explicará cómo los pecados de los hombres ultrajan a Dios, por lo que debemos reparar sus ofensas con nuestras oraciones a las que debemos añadir nuestros sacrificios, que de algún modo aumentan su eficacia: «Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios… como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores», así como la aceptación del sufrimiento ordinario: «Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión los sufrimientos que el Señor os enviará».

Pozo de casa de Lucía, lugar de la segunda aparición del Ángel

Cuenta Lucía que «fue durante el verano de 1916, cuando el calor del día era tan intenso que teníamos que llevar las ovejas a casa antes del mediodía y dejarlas salir nuevamente al atardecer. Fuimos a descansar a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo de mi casa. De repente, vimos al Ángel a nuestro lado. Nos dijo: “¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios”».
Lucía le preguntó: «¿Cómo debemos sacrificarnos?» Y el ángel le dijo: «De todo lo que podáis haced un sacrificio al Señor como acto de reparación por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. De este modo, atraeréis la paz sobre vuestra patria. Soy el Ángel de Portugal, el Ángel de su Guarda. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe».
Ya en el valle, Jacinta y Lucía le explicaron a Francisco lo que había dicho el ángel, al que éste había visto, pero no oído su voz; a lo que Francisco les preguntó ingenuamente: «Pero ¿cómo podemos sufrir? si no estamos enfermos; tenemos suficiente para comer, y un lugar para vivir». Pronto sabría su significado cuando su hermano mayor tuvo que incorporarse al ejército y marchar a la guerra. También la pequeña Jacinta se hallaba preocupada por su hermano ya combatiente, oyendo las historias de muerte en el campo de batalla, y los problemas llegaron a la familia de Lucía cuando su padre comenzó a gastarse todo su dinero en las tabernas, y la niña elevaría sus pequeños brazos, exclamando: «Señor, ofrezco todos estos sufrimientos por la conversión de los pobres pecadores».
Escribe Lucía: «Las palabras del ángel se grabaron en nuestra alma, como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y cómo quería ser amado, el valor del sacrificio y cuán agradable le era; y cómo en atención a él convertía a los pecadores. Por ello comenzamos a ofrecer al Señor todo lo que nos mortificaba, sin buscar otras formas de mortificación y penitencia, excepto permanecer horas y horas con nuestras frentes tocando el suelo, repitiendo la oración que el ángel nos había enseñado».

Aparición del Ángel de la Eucaristía

Sigue narrando sor Lucía en su cuarta Memoria: «Me parece que la tercera aparición debe haber sido en octubre, o hacia el final de septiembre –de aquel año 1916– ya que por entonces no volvíamos a casa para la siesta. Fuimos llevando las ovejas a la propiedad de mis padres donde tuvo lugar la primera aparición. Rezamos nuestro rosario y la oración que el Ángel allí nos había enseñado. Estando así nos envolvió una luz desconocida y se nos apareció el Ángel por tercera vez, portando en la mano un cáliz y sobre él una hostia, de la cual caían dentro del cáliz algunas gotas de sangre.
«Dejando el cáliz y la hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”». «Después, levantándose, tomó en la mano el cáliz y la hostia y me dio la hostia a mí; y lo que contenía el cáliz lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el cuerpo y la sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.” De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad… etc.”, y desapareció».
La misión del ángel de preparar a los niños estaba cumplida. Seis meses más tarde el Cielo se abriría de nuevo para dar paso a aquella que iba a transmitirles el mensaje de amor misericordioso para la salvación de toda la humanidad. De ello daremos cuenta en próximos artículos.