Razón del numero

Entre las obras de misericordia corporales ocupa un lugar muy singular la que hace referencia a los enfermos. Sin duda la enfermedad es una de las situaciones más dolorosas y al mismo tiempo más universales en que se encuentra todo ser humano. La enfermedad se hace mucho más dura, por no decir inhumana, cuando se vive en la soledad y en la desesperanza. Ocurre muy frecuentemente que la misma intensidad del dolor físico nos haga sentir algo semejante como si la debilidad de nuestro cuerpo invadiera también nuestro espíritu, hasta tal punto como si quedara anulado. El enfermo en esta situación necesita de alguien que le dé muestras de cariño, con su palabra, con su compañía y con sus cuidados y de este modo vuelva a renacer su ánimo y le devuelva la esperanza. Por ello mismo el enfermo está en una situación privilegiada para agradecer a todo aquel que se le acerca con actitud de querer poner de algún modo remedio a su desvalimiento.
La Iglesia, que tiene entrañas maternales con todos sus hijos, no sólo ha predicado la práctica cristiana de las obras de misericordia, sino que además las ha practicado con una intensidad a lo largo de toda su historia que tendría que llenar de admiración a todo hombre de buena voluntad.
Los enfermos están muy presente en la vida pública de Jesús. Los milagros curando a los enfermos además de constituir unos de los signos más importantes de la divinidad de Jesús, nos descubren de un modo muy especial el corazón compasivo de Jesús. Por otro lado, como nos narran los Evangelios, la curación frecuentemente no sólo significó recuperar la integridad física sino que además fue la ocasión para un cambio de vida fruto de un corazón agradecido.
Por todo ello se puede decir que el dolor tan presente en la vida de los hombres nos hace más humanos, nos hace conscientes de nuestras limitaciones y debilidades, nos facilita el valorar lo realmente importante, nos pone en situación de ser motivo para que los demás puedan salir de su egoísmo o, movidos por la compasión, poner su vida al servicio de los enfermos.
En nuestros días, como consecuencia del progreso científico y técnico en el mundo de la medicina, se nos ha hecho creer que el dolor y la enfermedad serían erradicados de la vida de los hombres. Esta actitud de orgullo y falta de realismo explica que a pesar de todos los cuidados médicos tan importantes y deseables, en muchas ocasiones, la enfermedad se viva hoy exclusivamente como un fracaso y por ello sin esperanza.
En este número el lector encontrará el testimonio de algunos de los santos que dedicaron su vida a los enfermos: es una pequeña muestra de esta intensa dedicación a la que antes aludíamos. En la vida cristiana siempre el dolor tiene que estar unido al amor. Desde esta perspectiva podemos entender el carácter redentor del dolor y, en definitiva, que hemos sido redimidos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En la vida de estos santos, y de las instituciones fundadas por ellos, junto con el cuidado amoroso de los enfermos ha estado presente también el misterio de la redención íntimamente relacionado con el sufrimiento ofrecido en unión con Cristo. La oración de los enfermos es fuente de esperanza para toda la Iglesia.