Celia y Luis (VII): el testimonio de caridad

La vida familiar de los Martin no queda confinada en ella misma, sino que Dios es el centro de gravedad. Su ansia de vida apostólica es muy fuerte y ello arrastra a las personas que les rodean. Luis anima a sus amigos del Círculo Vital-Romeu, del que forma parte en Alençon, a hacerles participar más de la actividad caritativa y social de la Iglesia y para ello se ayuda del párroco, y su director espiritual, el abbé Hurel. Así que se adhiere, junto con alguno de sus amigos, a las Conferencias de San Vicente de Paúl fundadas por Federico Ozanam en París, en 1833, y erigidas en Alençon en 1847. Visita a las familias más pobres de la ciudad, mantiene una biblioteca accesible a los más desheredados, apadrina niños, recoge ropa, asiste a los enfermos. Además en reuniones mensuales, que se iniciaban con la lectura de la Imitación de Cristo, daban a los miembros un tiempo de meditación espiritual, de oración y de intercambio de las dificultades o de las novedades en la pobreza que se generaba por la revolución industrial y el urbanismo.
Luis no se queda aquí. En 1871, Alberto Mun, ante el aumento de los graves problemas de la industrialización que genera mucha descristianización entre los obreros, crea los Círculos católicos y en 1875 se funda uno en Alençon, al que se adhiere Luis como miembro fundador. Él toma conciencia de la necesidad de llevar el Evangelio al mundo obrero, seducido por las ideologías comunistas y anarquistas del siglo xix. A menudo lleva a sus hijas María y Paulina a las reuniones del Círculo.
Tampoco se queda ahí Luis, sino que conjuntamente con su esposa Celia vive la vida de caridad en constantes ocasiones, no sólo con sus próximos, parientes o amigos, sino con personas que encuentran por la calle o en sus viajes. Como ejemplo el que explica Celia en una carta a su hija Paulina: volviendo de misa encontramos un pobre viejo que tenía una buena imagen. Yo envié a Teresa a darle una pequeña limosna: él estuvo tan agradecido y nos lo agradeció tanto, que yo vi que era un desdichado. Yo le dije que nos siguiera, que le iba a dar unos zapatos. Vino. Le servimos una buena comida, pues se moría de hambre. Yo no te podría decir cuántas miserias tenía en su vejez. Este invierno se le helaron los pies, él duerme en un chamizo abandonado, le falta de todo; él va a agazaparse cerca de las casernas para poder tener un poco de sopa. En fin yo le he dicho que venga aquí cuando quiera y que tendría comida. Yo quisiera que tu padre lo hiciera entrar en el hospicio, y él desea tanto ir. Se va a negociar la cosa. (CF159)
Efectivamente Luis y Celia «negociaron la cosa». Varios meses después, una nueva carta de Celia, también dirigida a Paulina, precisa la manera como acabó aquella bella historia:
Ya te hablé de un pobre hombre que conocimos en la primavera y que estaba en la más profunda miseria… (…) nadie se ocupaba de él, él no pedía nada e iba solamente a las casernas para tener un poco de sopa; se moría de hambre. Tu padre lo encontró en la puerta del Hotel de Francia, en un estado miserable y un aire tan dulce, que se interesó por él. (…) Al comienzo del invierno tu padre lo encontró un domingo, hacía mucho frío, tenía los pies helados y tiritaba. Lleno de lástima por él, comenzó todos los pasos para hacerlo entrar en el hospicio. ¡Cuántas cartas y escritos para tener su partida de bautismo! ¡Y cuántas peticiones! Y todo esto para nada, pues se descubrió que este buen hombre sólo tenía sesenta y siete años, tres menos que la edad requerida. Sin embargo tu padre no se dio por batido, pues se tomó este asunto a pecho y dirigió todas sus baterías para hacerle entrar en los Incurables. El pobre hombre tiene una hernia, pero allí no se suele recibir a nadie por tan poca cosa, y yo no tenía ninguna esperanza. Papá fue a sacarlo del cobertizo el martes por la tarde y al día siguiente por la mañana lo instaló en Incurables. Hoy volvió a ver al anciano, que lloraba de alegría al verse tan feliz; a pesar de su mente tan debilitada, se esforzaba por dar las gracias y demostrar su gratitud». (CF175)
Perseverante y ejemplar la caridad conjuntamente vencida por Luis y Celia. El matrimonio Martin tenía el celo del amor en obras, no solamente en pensamientos y en palabras.
Se podrían citar otros muchos casos como el descrito, que atestiguan la generosidad, la abnegación, el espíritu de servicio y de compasión fuera de lo común de la que hacían muestra Luis y Celia. Pero basta citar lo que la antigua sirvienta Luisa Marais, ya Sra. Legendre, escribió, poco antes de su muerte en 1923, a la Madre Inés de Jesús, sobre Celia Guérin: Para contentarla a ella todo le era siempre suficientemente bueno, pero para los otros era más exigente. ¡Cuántas veces yo fui a casa de familias pobres con ollas cargadas de comida, botellas de vino, bolsas con cuarenta monedas y nadie lo sabía sino sólo nosotras dos!
Luis y Celia, deben ser inscritos como miembros activos de la vocación caritativa que enuncia el Evangelio del juicio. (Mt 25, 31-46).