Razón del número

En este Año jubilar de la Misericordia en el que la Iglesia anuncia al mundo de un modo insistente que todos los hombres son objeto de la misericordia infinita de Dios, hemos querido dedicar este número a la familia contemplándola como una de las manifestaciones más grandiosas de la misericordia divina. Quizá por ello mismo podemos entender este misterio del mundo contemporáneo occidental, que lleva a cabo con grave y manifiesto daño para todos tantas iniciativas legislativas que tienen como objetivo desdibujar totalmente la realidad de la institución familiar.
En nuestra cultura oficial, no la real, cuando se utiliza la expresión de «modelos de familia» es para negar la realidad de la verdadera familia, que se califica de un modo despectivo como «tradicional»; sin embargo, en la vida cotidiana, la familia continúa siendo aquella realidad más apreciada y más directamente relacionada con lo que constituye la felicidad de toda persona. Es en ella donde todo ser humano puede tener la primera y más permanente experiencia de lo más importante de su vida, la de ser querido de un modo único e irrepetible, amor que será la fuente de la que podrá brotar el descubrimiento de que es amado por el mismo Dios. De ahí las duras palabras que recientemente ha pronunciado el cardenal Sarah afirmando que esta lucha contra la familia hay que entenderla como algo que tiene un origen demoníaco, es el intento del demonio para que al hombre no le llegue de una forma directa y vital el anuncio de la Buena Nueva. Las ideologías antifamilistas, especialmente la ideología de género son algo radicalmente contrario a la naturaleza humana que impide vivir de un modo verdaderamente humano y al mismo tiempo separa al hombre de Dios.
Este es el gran reto, la gran batalla espiritual del mundo actual: si siguiéramos por el camino emprendido las generaciones venideras, cada vez menos numerosas, no tendrían experiencia de lo que es el amor generoso de un padre y de una madre y la experiencia gratificante de una vida compartida con los hermanos. Las raíces de estos males ya tienen una larga historia que va unida al proceso de secularización de la vida social. Como ya denunció León XIII, el matrimonio y la familia son una realidad que trasciende a la voluntad humana y se debe reconocer como obra de Dios. El magisterio de la Iglesia durante los últimos pontificados ha sido insistente a este respecto: hoy sufrimos las consecuencias de no haber escuchado esta voz profética de los papas.
Con la actual exhortación apostólica Amoris laetitia la Iglesia de nuevo se dirige a la humanidad actual para recordarle que sólo hay un verdadero matrimonio cuando un hombre y una mujer se comprometen definitivamente con un amor capaz de acoger nuevas vidas y además la familia es la que hace posible que el hombre descubra de un modo gozoso la grandeza de la misericordia de Dios.