Celia y Luis (III): buscando la voluntad de Dios en su matrimonio

Celia Guérin, después de la negativa a su entrada en las Hijas de la Caridad, vio muy claro que su vocación estaba en el matrimonio y en ser madre de muchos hijos santos. Esto se confirmó cuando, en el puente de san Bernardo sobre el rio Sarthe, al cruzarse con el joven Luis Martin, oyó la voz interior que le decía que aquel joven era la persona que Dios había preparado para ella.
Luis Martin, en cambio, tomó la negativa a su entrada en el eremitorio del Gran San Bernardo como una señal de Dios de que su vocación no era el sacerdocio, pero su vida la orientó a vivir un celibato al servicio de los demás y así se dedicó a su profesión, a una intensa vida de piedad, a la ayuda en la parroquia y a las obras de caridad. La compra del «Pavillon», en 1857, para sus retiros y la negativa dada a la hija de una familia adinerada que proyectaba casarse con él, confirmaban esta idea. Pero la madre de Luis, Fanny Martin, no se conformaba viendo a su hijo soltero a los 35 años de edad.
No sabemos las razones por las que Luis Martin cambió su postura y se dignó mirar y enamorarse de Celia, ¿«presiones» de la madre Fanny? ¿recomendación de su director espiritual, el padre Hurel? El hecho es que se enamoró de Celia y tres meses después del inicio de sus relaciones, el 13 de julio de 1858, se casaron Celia y Luis.
Dice el padre Piat en la Historia de una familia: «Hemos visto qué sentimientos animaban al esposo al casarse. Había preferido el celibato, no como una garantía de independencia y de ensimismamiento egoísta, sino como un régimen ascético de vida más libre de las servidumbres físicas. El fondo místico de su ser continuó ligado con el ideal monástico con fuertes ligaduras. (…) Estudió competentemente el valor teológico del matrimonio según la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento del Matrimonio. (…)
Puede decirse que Celia y Luis llegaban al matrimonio con ideas diferentes. Ella con la ilusión de ser madre y él con el deseo de conservar su virginidad e imitar la unión casta y del todo espiritual de Jesucristo con su Iglesia, como se podía leer en el documento arriba indicado.
Dice Jean Clapier, en su libro Una santidad para todos los tiempos, que parece del todo evidente que Luis estaba instruido en las realidades de la unión de los cuerpos y la transmisión de la vida, pero no era lo mismo Celia, al igual que la mayor parte de las mujeres de su ambiente social. Sin preparación en la realidad de la vida conyugal, con toda inocencia y en perfecta ignorancia, experimenta un verdadero choque psicológico el día de su boda en el encuentro con su hermana en el monasterio de la Visitación y que ella misma relata en una carta a su hija Paulina diez y nueve años más tarde:
Puedo decirte que aquel día lloré todas mis lágrimas, más que cuanto antes había llorado en mi vida y más que cuanto podré llorar en adelante: hasta mi pobre hermana no sabía cómo consolarme. A pesar de todo no tuve pena de verme allí, no; al contrario, hubiera querido yo verme como ella; comparaba mi vida con la suya y se me aumentaba mi llanto. En fin, durante mucho tiempo estuve en espíritu y con mi corazón en la Visitación; con frecuencia iba a ver a mi hermana y reinaba allí una serenidad y una paz que no sabía expresar. Al regresar de allí, me creía tan desventurada, al verme en medio del mundo, que hubiera consentido en esconderme allí con ella.
¿Piensas Paulina mía, tú que tanto amas a tu padre, que le revelé mi aflicción y llegué a entristecerle el día de nuestro desposorio? Pues no; él me comprendía y me consolaba cuanto podía, porque tenía aspiraciones semejantes a las mías; aún creo que nuestro recíproco sentimiento se aumentó por esto, nuestros afectos vibraban siempre al unísono y se portó siempre conmigo como un consolador y un apoyo. (Correspondencia familiar 192)
El primer párrafo de esta carta revela los sentimientos que se despertaron en Celia ante su hermana Luisa, su mejor amiga. Ella entró monja de la Visitación de Le Mans al mismo tiempo que Celia inició su noviazgo con Luis, abril de 1858. En la primera visita a su hermana, en el día de su boda, parece que la realidad de la vida conyugal volvió a despertar en Celia los recuerdos de su deseo de entregarse al Señor y ello le hizo llorar mucho, pero tenía muy claro que no era esa su voluntad.
En el segundo párrafo se puede admirar como fue creciendo el amor y la intimidad de los dos esposos buscando, en la voluntad de Dios, la felicidad del matrimonio. Luis y Celia, a lo largo de los nueve meses que duró esta vida matrimonial no consumada, pudieron ir viendo cuál era esta voluntad a través de la oración y del consejo de su director espiritual, el padre Hurel. Y no dudaron en entregarse completamente a ella y así sigue diciendo Celia a su hija Paulina: Pero cuando tuvimos hijos, nuestras ideas cambiaron un poco. No vivimos más que para ellos, constituían toda nuestra felicidad y sólo en ellos la encontrábamos. Nada nos resultaba penoso y el mundo ya no nos era una carga. Para mí, eran la gran compensación y por eso quería tener muchos, para criarlos para el Cielo.
La aceptación de la voluntad de Dios y la renuncia de la suya propia tuvieron para Luis y Celia, el gran premio de crear una familia que daría mucha gloria a Dios, un premio muy superior a lo que ellos mismos podían imaginar.