Santuario de la Virgen de la divina Misericordia de Reus

La industrial ciudad de Reus, capital de la comanca del Baix Camp, tiene como celestial patrona a la Virgen de la Misericordia, venerada en un magnífico santuario, edificado al sur de la ciudad, antes a las afueras, ahora inmerso entre las casas de la extendida ciudad.
Presidiendo el santuario está la nueva imagen reconstruida de la Virgen de la Divina Misericordia, de alabastro policromado, representando a María de pie, sosteniendo en su brazo izquierdo al Niño Jesús, que lleva un pajarillo en sus manos. La antigua imagen, de alabastro policromado también, era de estilo gótico y fue quemada tras ser rociada de gasolina, en la persecución religiosa de 1936, reponiéndose en 1941 con la nueva copia, de iguales dimensiones.
El origen de la devoción a la santísima Virgen, en su advocación de la Divina Misericordia, se remonta a finales del siglo xvi, concretamente el 25 de septiembre de 1592, cuando una peste terrible acechaba la ciudad, causando gran mortandad entre sus habitantes. La angustia acechaba a todas las familias, que vivían momentos de penurias y dolor. El día señalado, una pastorcilla, de nombre Isabel Besora, muy devota de Nuestra Señora de los Dolores, venerada en la capilla de Belén de la calle Monterols de la misma ciudad, guiaba su rebaño por el «Camí de la Creu dels Corbs», con la preocupación compartida con sus vecinos. Sea como fuere, los pastores han sido siempre predilectos del Señor, desde Abel, pasando por Jacob, José, Moisés y David, además de aquellos a los que un coro de ángeles que anuncia la venida del Salvador, narrado en el evangelio de san Lucas. No iba ser menos Nuestra Señora, que ha dado muestras a lo largo de la historia de tener predilección también por los sencillos de corazón que apacientan el rebaño.
Al llegar a la «Horta del Cotxí», Isabel se postró en tierra, apenada como estaba, mientras rezaba con devoción a su Madre celestial, para que tuviera misericordia de su pueblo. Fruto de la ferviente plegaria, se apareció la Santísima Virgen, dando el mensaje a la humilde niña, que si el pueblo volvía a las devociones marianas olvidadas, saliendo en procesión penitencial y encendiendo un cirio cuya altura superaba la muralla de la ciudad, poniendo simbólicamente la luz de Cristo por encima de las luces cosmopolitas, prometía su misericordia y protección. Dice san Agustín que «la misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón por las miserias ajenas, y que nos compele a socorrerlas si podemos», y así obró la Virgen ante la miseria que la niña le presentó en su oración. Llámase misericordia porque uno tiene el corazón afligido (cor miserum) por la miseria de otro, por lo que, cuanto mayor es la miseria, dice santo Tomás, mayor ha de ser la misericordia y puesto que la peste era una de las pandemias más terribles que azotaron a toda Europa durante aquellos años.
Recibido el encargo, se encaminó la bendita niña ante las autoridades locales para comunicar el encargo de tan celestial remitente. El tribunal jurídico de Reus, encargado de dar o no credibilidad a la misiva, se decantó por la segunda opción, dada la condición social de la joven, sin que hubiera mayor trascendencia del hecho.
Desalentada por la negativa de las autoridades, volvió al lugar en donde la Virgen había hecho acto de presencia, explicándole la situación y su tristeza ante la falta de fe de los que la habían escuchado. Compasiva, la Madre celestial, delineó en su cara una perfecta rosa como señal de autenticidad del mensaje para que así fuera reconocido por los jueces de la ciudad.
En cuanto el jurado que había negado la veracidad de sus palabras creyó en lo que la niña portaba, se borró la señal de su cara. Con la misma rapidez, se organizó la procesión y el encendido del cirio, y la peste desapareció por completo, volviendo la alegría a la ciudad y la estima y devoción perdidas, a María. La evidencia de la intervención divina por la misericordia de la Santísima Virgen, a la que la niña Isabel veneraba en la capillita de Belén, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, hizo que ésta fuera aclamada como Virgen de la Misericordia, construyendo en su honor, el santuario en donde hoy se sigue venerándola.
En el número nueve del «Llibre de Consells» de la ciudad de Reus, conservado en los archivos históricos del municipio, se explica que el Consejo del Pueblo se reunió el 13 de diciembre de 1592, dos meses después del prodigio realizado en favor del pueblo, para determinar la edificación de lo que fue la primera ermita en honor de la Virgen, en el lugar en donde se le había aparecido a la pastora. Con la colaboración de mano de obra voluntaria del mismo centro urbano, en 1603 trasladaban y entronizaban la figura para el culto, que fue recibida con gran fervor.
Pocos años más tarde, en 1652, los reusenses se vieron libres de otra peste gracias a la intercesión de la Virgen de la Misericordia. El Consejo de la ciudad, en agradecimiento, hizo un generoso donativo de dos mil libras para la ampliación del pequeño santuario, dado que la devoción estaba arraigada en el corazón de los vecinos, dotando al monumento de un camerino para la veneración de la Santísima Virgen, que se empezaría en 1671 aunque no concluiría hasta el 1771.
El nuevo santuario era de crucero de base, en una sola nave de dimensiones 33 x 8 metros de superficie, en la que el altar mayor era obra del escultor Llàtzer Traulles, mientras que el camerino, construido con materiales nobles como el mármol, albergaba pinturas de Joan Albarca y figuras representativas de la maternidad y la feminidad en los textos veterotestamentarios, como Rebeca, Judith, Ester y Abigail, esculpidas por los hermanos Bonifàs, autores también de las figuras de san Vicente y san Próspero, que custodian la entrada de la estancia. En los techos pueden apreciarse pinturas al fresco de Joaquim Juncosa, monje de Scala Dei, de su sobrino Josep Franquet y de su primo Joan Juncosa, devotos marianos, mientras que el cimborrio fue decorado por Mn. Jaume Pons, de la población cercana Valls. El retablo del altar mayor es posterior a la guerra del 36, puesto que el antiguo fue destruido al igual que otros altares laterales, siendo el actual una copia del anterior, de estilo barroco, de madera dorada y policromada.
El culto, durante los siguientes dos siglos, fue muy activo y dinámico, concentrándose miles de peregrinos de toda Europa que venían a implorar misericordia de la patrona reusense por la peste sufrida en sus países de origen. Prueba de todo ello es que fueron construyéndose altares laterales, de los cuales en la actualidad se conserva el de Santa Marina, San Bernardo Calvó y el de Nuestra Señora de Guadalupe, aunque hay constancia de la existencia de uno dedicado a San Pablo, construido en el año 1883, a expensas de María Alemany, y otro, obra del escultor Josep Nogués, vecino de la ciudad de Constantí, dedicado al Ecce Homo, del año 1791. Da testimonio también de ese fluido culto, la Casa del ermitaño, cuyo objeto era el de albergar al peregrino que acudía al santuario a visitar a la Virgen, siendo éste un lugar de reposo en un entorno ajardinado para el recogimiento y la oración.
En el año 1904 tuvo lugar la solemne coronación de la Virgen de la Misericordia y el Niño Jesús, por el arzobispo de Tarragona, Dn. Tomás Costa y Fornaguera, siendo sendas coronas, un regalo del rey Alfonso XIII, llevadas de la mano del marqués de Grigny, Ramón de Morenes, por entonces diputado en las Cortes, por la circunscripción de Reus. Dicho acontecimiento se celebra de forma especialísima cada veinticinco años.
Ese bendito 25 de septiembre, marcó el calendario de la ciudad, siendo que en esa misma fecha quedaría fijada la segunda fiesta mayor de Reus, conmemorando aquella celestial aparición que tanto favor y gracias dio a la ciudad por la misericordia de la bendita Virgen.