El enfrentamiento entre suníes y chiíes se recudrece

Ya hemos escrito con anterioridad en estas páginas que uno de los factores más importantes para comprender lo que está sucediendo en Oriente Medio es el enfrentamiento entre las dos corrientes principales del siempre dividido y convulso mundo islámico. Sin Turquía, Arabia Saudí y los emiratos del Golfo, todos ellos suníes, no existiría el Estado Islámico; sin la ayuda de Irán y de Hizbolah, chiíes, probablemente el presidente sirio Bashar el Assad ya habría sucumbido.
Ahora la ejecución en Arabia Saudí del clérigo chií Nimr Baqr al Nimr, uno de los más conocidos opositores a la dinastía reinante al Saud, tras un juicio sin las mínimas garantías procesales, junto a otros 46 reos acusados de terrorismo ha provocado un incendio en toda la región. La reacción en Irán no se hizo esperar, con el ataque a la embajada de Arabia Saudí en Teherán, que sufrió un incendio por el lanzamiento de cócteles molotov. Tras este ataque, Arabia Saudí anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Irán, una decisión a la que se han sumado por el momento dos países suníes más, Bahrein y Sudán, aunque no se puede descartar que otros sigan el mismo camino.
Se trata de un paso más en un conflicto que abarca una amplia zona, que se extiende desde Siria hasta Yemen, enfrentando a ambas corrientes musulmanas por la hegemonía en la región y dentro de la civilización musulmana. Hasta el momento, tanto en Siria como en Yemen, que parecían fruta madura para los suníes, las cosas se están torciendo y en vez de la victoria que ya se adivinaba cercana hemos pasado a un escenario de guerras empantanadas de las que no se ve el final.
Existe otro frente, menos visible pero crucial para Arabia Saudí, que es el vinculado al mercado de petróleo. El acuerdo nuclear entre Irán y Estados Unidos está avanzando, lo que supone que quizás no esté tan lejos el día en que las sanciones que pesan sobre Irán, también en materia de exportación de petróleo, sean levantadas. Una amenaza para Arabia Saudí, que se aleja así de su tradicional aliado, Estados Unidos. Y es que justo antes de la entrada en vigor del embargo, Irán era el segundo productor mundial de petróleo, con una producción de tres millones de barriles al día, cifra que debido a las sanciones ha bajado hasta el millón actual. En un contexto, además, de fuerte bajada del precio del petróleo (de los casi cien dólares el barril de hace año y medio a los actuales cuarenta dólares escasos), Irán necesita aumentar su producción, lo que pasa por el levantamiento de las sanciones.
Arabia Saudí ha intentado estrangular económicamente a Irán, el país líder del chiísmo, para así vencer en el conflicto entre suníes y chiíes, asumiendo un importante coste económico que ha llevado al país a una inédita situación de déficit presupuestario. Con la elevación de la tensión con Irán provocada por la muerte de al Nimr, Arabia Saudí mete presión a la administración Obama para demostrar la peligrosidad de confiar en Irán y, al mismo tiempo, mandar el mensaje de que Arabia Saudí, hasta ahora fiel aliado de los Estados Unidos, podría tomar otros derroteros si Obama sigue con sus planes respecto a Irán y finalmente se revocan las sanciones.
Sólo encontramos una nota positiva a esta escalada de tensión en la zona: los cristianos pasan a segundo plano, con lo que borrarlos de la región ya no es prioritario, al tiempo que la oposición al avance del Estado Islámico se fortalece, conscientes los chiíes de que la caída de Siria sería un golpe decisivo para su causa.