El Cottolengo del padre Alegre

El jesuíta Jacinto Alegre Pujals S.I. (Tarrasa 24-XII-1874 / 10-XII-1930) fue un apóstol de la caridad. Frecuentaba los hospitales de Barcelona y sentía preferencia por los más pobres que no tenían a nadie. Conoció la obra de san José Benito Cottolengo en Turín, le impresionó la confianza en Dios como único apoyo de aquella institución y pensó que era lo que él buscaba para los enfermos pobres que visitaba. Sembró la semilla pero no vio fundado el Cottolengo. En los últimos momentos de su vida tenía cerca a su superior el padre Guim y al Sr. Rómulo Zaragoza, un laico dirigido espiritual suyo: ambos se comprometieron a llevar adelante sus deseos de fundar un Cottolengo apoyados por el obispo Dr. Irurita.
El 23 de octubre de 1939, festividad de Cristo Rey, nace, en Barcelona, la congregación religiosa de Hermanas Servidoras de Jesús. Dolores Permanyer i Volart, su fundadora, secundando la acción divina, hizo germinar la semilla del carisma fundacional legada por el padre Jacinto Alegre, bajo la dirección espiritual del padre Juan Guim, cofundador.
El fin específico es entregar la vida al servicio de Jesucristo en el hermano pobre y enfermo más necesitado, formando con él una familia que quiere vivir total y filialmente confiada en el amor de Dios, Padre Providente, y en adoración constante a Cristo, el Señor, en el misterio de la Eucaristía.
Las Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre y sus acogidos forman una sola familia: el Cottolengo del padre Alegre.

Soy una hermana servidora de Jesús del Cottolengo del padre Alegre. Mi vocación es un regalo inmerecido del Padre Dios.
Nuestra misión es servir y formar una familia con enfermos pobres e incurables.
¿Cómo «ejercemos» las obras de misericordia corporales?
Es verdad que al ser enfermos incurables y pobres tenemos que asearles, darles de comer, vestirles… día tras día, año tras año…
Puede parecer duro y más si pensamos que muchos de los enfermos son muy profundos y «parece» que no te responden y no se dan cuenta de tu servicio o de otros enfermos que «parece» que te están exigiendo más de lo que puedes dar.
Os puedo decir que es todo lo contrario. Recibimos muchísimo más de lo que damos. Siempre nos encontramos con una sonrisa, un gesto por parte del enfermo que te hace sentir pequeña, muy pequeña, ante, por una parte su impotencia y por otra parte su ternura y su amor.
En un mundo que todo lo basa en el poder y en el tener, ellos nos enseñan que lo importante de la vida son las pequeñas cosas del día a día, nos descubren que ahí está la alegría verdadera.
Nuestro formar con ellos una familia no se limita a las obras de misericordia corporales, tienen formación en la medida de sus posibilidades, tienen catequesis… pero sobre todo, oramos con ellos.
Sí, la oración es el primer trabajo de la Píccola Casa como decía san José Benito Cottolengo.
Vivimos de la Providencia, Dios sabe lo que necesitamos y nos lo hace llegar. Él es el Padre que cuida con pasión a los que más quiere. Por eso la oración es ese diálogo de amor con aquel que te está esperando siempre.
El lema de nuestro fundador el Padre Jacinto Alegre dice: hay que amar a los pobres por amor de Dios, pero amor de obras no de palabras.
Y deciros que cuando en el enfermo pobre vemos al mismo Jesucristo es un privilegio poderles servir y amar porque estás sirviendo y amando al mismo Cristo. ¿Hay algo más grande?
«Cada uno de los pobres es Jesucristo.
¡Qué cosa tan hermosa puede haber en el mundo que ver, oír, hablar, tocar, consolar y aliviar a Jesucristo! (cf. Mt25, 40). No sé porqué estas palabras de Jesucristo no están escritas en todas las casas y en todas las paredes, y en las estaciones de trenes y en todos los tranvías». (Padre Alegre)