In memoriam José Jaurrieta

El pasado 23 de noviembre moría en Pamplona José Jaurrieta Baleztena a los 86 años de edad después de una larga enfermedad rodeado de su familia. «Coté», como le llamaban sus amigos, conoció Schola Cordis Iesu y la revista Cristiandad en 1971 a través de José Javier Echave-Sustaeta. Éste le presentó poco después a Francisco Canals, quien le dio a conocer el carisma propio de Schola Cordis Iesu y con el que quedó profundamente identificado, llevándole a colaborar más tarde, con empeño y entusiasmo, en la fructificación de Schola también en Pamplona.
De hecho, José vio concretados los anhelos de su corazón en el espíritu de aquella «legión de almas pequeñas» para las que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús iba unida, en una «trabazón íntima e indestructible», con la devoción al Cristo Rey, almas «profundamente desengañadas de sus propias fuerzas y valer» y también de la eficacia de los «medios semihumanos y ordinarios para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestro tiempo». Por ello Schola llegó a formar parte de su vida de un modo muy natural.
Hombre de fe sencilla pero profunda, mantenida en lo que el padre Orlandis llamó «la idea fuerza de Cristo Rey». Fiel al llamamiento de Pío XI de militar bajo la bandera de Cristo Rey (cf. Quas primas, 25), tuvo siempre presente en su vida este espíritu de cruzada, nutrido por la memoria de los mártires de la guerra. El recuerdo de sus dos hermanos mártires y de tantos otros que como ellos prefirieron dar la vida antes que ver profanados el altar y la patria no podía ser evocado sin que se le saltaran las lágrimas. Así, su muerte, tan cercana a la solemnidad de Cristo Rey, fue significativa de toda su vida.
Pero si Cristo era rey, era un rey de Amor, ¡Qué consciente era Coté de esta consoladora verdad y cuánto empeño puso para que todos los de su casa participaran de ella!. Así, su piedad tomó forma en una confiada devoción al Corazón de Cristo, convencido de que ésta era la única salvación para su familia y para la sociedad entera. Y este amor a Cristo se ponía de manifiesto en su alma profundamente eucarística. Adorador nocturno, nunca perdía la oportunidad de acudir a su cita con Jesús sacramentado para pasar una noche de intimidad con Él.
Pero José también se sabía pequeño y pobre. Por eso encontró en el camino de infancia espiritual de santa Teresita del Niño Jesús el aliento y la confianza para conocer que Dios era todo misericordia para con él. No pocas veces le hemos oído dar gracias a Dios en voz alta, con profunda emoción, de lo bueno que había sido Nuestro Señor para con él: «¡Cómo nos mima el Señor!», solía decir. Y evocaba peligros de los que le había librado y gracias inmerecidas que le había concedido. La más grande, sin duda, fue para él la vocación al Carmelo de dos de sus hijas. Ser padre de dos hijas y un hijo escogidos por el Señor lo consideró siempre como algo grande, muy grande… que de algún modo le excedía.
Y no podemos acabar esta pequeña semblanza de Coté sin hablar de su amor y fidelidad a la Iglesia. Le tocaron vivir unos años de confusión doctrinal en ambientes eclesiásticos y, sin embargo, supo pasarlos con un espíritu muy sobrenatural y con paz. Siempre salían palabras llenas de cariño para con el Papa, al que le gustaba llamar «el dulce Cristo en la tierra».
José era un hombre cordial, afectuoso, entrañable, como han recordado muchos de los que le conocieron. Su vida ha sido también un regalo inmerecido del Señor para todos los que le trataron más personalmente. Encomendamos su alma a nuestra Madre la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de Ujué, a quien tanto quería y nos encomendamos también a él, que, junto con otros muchos a quienes conoció y quiso en la tierra, nutren ya la Schola celestial para que un día todos reunidos en el Cielo podamos cantar eternamente las glorias y beneficios del Corazón de Cristo.