Vida consagrada en la Iglesia que sufre: testigos de esperanza

Más de ochocientos mil religiosas y religiosos viven en todo el mundo, día a día, el sí que han pronunciado ante Dios. Lo han abandonado todo para seguir al que los ha llamado. En África y Asia su número va en aumento, precisamente allí donde la Iglesia sufre mayores dificultades y donde la fe no se puede vivir libremente. Donde el bienestar material y espiritual aplaca menos los corazones ante la llamada del Señor, es mayor la disponibilidad a decir con María «Hágase en mí según tu palabra».

Su compromiso fiel con Cristo, la Iglesia y los más pobres les lleva a algunos incluso a sacrificar su vida. Por ejemplo, el padre jesuita holandés Frans van der Lugt (75 años), fue asesinado brutalmente el 7 de abril de 2014 por un hombre enmascarado. Este valiente religioso llevaba casi medio siglo en Siria, y pese a los fuertes combates, había permanecido junto a los cristianos y demás habitantes necesitados en el asediado casco antiguo de Homs. También durante la epidemia del ébola, los religiosos no abandonaron África occidental, y cuatro hermanos y una religiosa de la Orden de san Juan de Dios perdieron la vida en Liberia y Sierra Leona por infectarse al atender a los enfermos. Dos de ellos fueron los españoles Miguel Pajares y Manuel García Viejo.
Cuando casi todos huyen y cuando no se puede contar con la ayuda de los poderosos de este mundo, los religiosos no abandonan a la población. La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada no quiere dejarles solos. Por eso ha apoyado en el último año más de 1.300 proyectos de ayuda a congregaciones religiosas en su labor pastoral y para su subsistencia. Trescientos proyectos más han sido para la construcción y labores de mantenimiento de conventos y casas pastorales. Se calcula que una de cada 72 religiosas y uno de cada 21 religiosos reciben ayuda directa de AIN.
El Santo Padre ha invitado a todos los fieles a vivir el Año de la Vida Consagrada que se inició el 29 de novimebre de 2014 y concluirá el 2 de febrero de 2016. «Animo también a los laicos a vivirlo como una gracia que os puede hacer más conscientes del don recibido». Por tanto, es tarea de todos conocer y apoyar la necesaria misión de los religiosos en el mundo. Conocer sus vidas y reconocer en ellas la acción del Espíritu Santo es un bien inmenso.
Allí donde no hay esperanza

Por qué permite Dios que haya tanto sufrimiento en Siria? ¿Por qué tienen que morir inocentes? ¿Por qué Dios no nos concede la paz, a pesar de rezar tanto por ella?». Día a día, los jóvenes de Damasco plantean estas preguntas a las religiosas.
La Hna. Marie-Joseph Chanaa está conmocionada por el sufrimiento que presencia a diario: «La gente está muy traumatizada. Incluso los niños han visto a personas abrasadas por las bombas y pedazos de cadáveres por la calle. Cuando escuchan una explosión, buscan corriendo a sus padres y se esconden».
No obstante, la Hna. Joseph-Marie no tira la toalla ahí donde otros desesperan: «Yo siempre digo: ‘Señor, estoy en tus manos’. Vivo para ayudar y animar a estas personas. Nosotras, las hermanas, les decimos: ‘¡No perdáis la esperanza!’. Rezamos mucho con la gente por Siria, rezamos cada día con los niños, las familias y los enfermos. Dios no nos abandonará en esta prueba».
Las religiosas de la orden de las hermanas de la Caridad de Besançon se ocupan en Damasco de las personas que viven desplazadas en su propio país debido a la guerra. Ahora que el invierno se acerca, las hermanas se han dirigido a AIN para pedir ayuda: quieren comprar anoraks calientes para dos mil niños y jóvenes.
La fundación pontificia les ha prometido 30.000 euros. Otra religiosa, la Hna. Huda Fadad escribe agradecida desde Homs, «Gracias a vuestra generosidad podemos animar a otros a quedarse y albergar la esperanza de un futuro mejor. Habéis hecho posible un nuevo hogar en nuestra patria y nos habéis devuelto la dignidad».
«A veces en la más absoluta soledad e incomprensión hemos consolado a nuestros hermanos perseguidos, los hemos animado y ayudado en su profunda pobreza y, si ha sido necesario, hemos enjugado sus lágrimas», afirmaba el padre Werenfried, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Los religiosos son los principales actores encargados de enjugar las lágrimas de los que sufren.
Se encuentran ahí donde está Jesús: en la silenciosa adoración ante el sagrario o en las míseras barriadas y campos de refugiados de los países desfavorecidos, en ciudades destruidas por las bombas, al lado de camas de enfermos y moribundos, ellos son la esperanza y construyen futuro: millones de niños y jóvenes obtienen formación y también numerosas iniciativas para la reconciliación son obra suya. Demos gracias a Dios por suscitar estas vocaciones y no dejar solos a sus hijos más necesitados. Es tarea de todos contribuir a esta misión y apoyar la vida consagrada: esperanza donde ya no queda esperanza.