«Hasta los confines del orbe»

El impulso evangelizador realizado personalmente por el papa Juan Pablo II multiplicando los viajes apostólicos por los cinco continentes es la consumación manifiesta del mandato evangélico: «Id y predicad hasta los confines del mundo». A lo largo de toda su historia la actividad misionera de la Iglesia ha sido consustancial a su quehacer apostólico, pero justamente cuando los pueblos que recibieron en los primeros tiempos el anuncio evangélico y, a la luz de esta fe crearon una nueva cultura y civilización, inician un proceso de creciente secularización, la tarea misionera alimentada por estas comunidades católicas de la antigua Cristiandad, se hace más intensa hasta alcanzar el cumplimiento de aquella esperanza: todos los pueblos serán evangelizados. Por ello mismo cuando la Iglesia insiste reiteradamente en nuestros días en la necesidad de una nueva evangelización, tiene este doble significado, el retorno a la fe de los pueblos de la antigua Cristiandad y un renovado y más intenso fervor misionero que alcance a todas las naciones.

Desde el beato Pío IX,y a pesar de las difíciles circunstancias de todo tipo que rodearon su largo pontificado, la actividad misionera de la Iglesia ha tenido una renovada vitalidad, quedando de manifiesto ya en aquel pontificado con la multiplicación de nuevas diócesis que respondían a las crecientes necesidades de atención religiosa. Pero es a partir de san Juan Pablo II cuando esta actividad misionera es realizada personalmente por el Papa. Siguiendo este ejemplo, el actual pontífice Francisco en los dos años de pontificado ya ha realizado dos viajes a diversos países asiáticos: Corea el pasado mes de agosto con motivo de la VI Jornada de la Juventud asiática y en el mes de enero del presente año a Sri Lanka, una Iglesia en formación, y a la Iglesia consolidada desde hace siglos en Filipinas. Con este motivo hemos querido dedicar el presente número a las Iglesias de diversos países de Extremo Oriente; Japón, China, Corea y Filipinas. Como podrá constatar el lector es realmente admirable la labor misionera llevada a cabo de un modo tan singular por san Francisco Javier y los primeros misioneros, y continuada con tanto fervor por millares de apóstoles que entregaron sus vidas en esta sacrificada y ejemplar labor apostólica. Los frutos de ello son patentes; multitudes sin precedentes en torno al Papa, como ha sido recientemente en Filipinas, crecimiento del número de católicos en muchos países asiáticos, multiplicación de las vocaciones religiosas, que contrasta con la escasez de ellas en la mayor parte de países europeos, perseverancia inquebrantable ante las gravísimas dificultades y persecuciones que hasta nuestros días padecen aquellas Iglesias. Una vez más se ha cumplido lo que un día afirmó Tertuliano: «La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».

Haciéndose eco de todo ello san Juan Pablo II en su exhortación apostólica Ecclessia in Asia afirmaba: «Las comunidades católicas en Asia muestran una espléndida variedad por origen y desarrollo histórico. Mientras algunas Iglesias particulares cumplen su misión en condiciones de paz y libertad, otras se encuentran en situaciones de violencia y conflicto, o se sienten amenazadas por varios grupos a causa de motivos religiosos u otras razones.