Beatificación de Pablo VI

pablo-VI-HREl pasado mes de abril celebrábamos la canonización de dos papas del siglo xx: san Juan XXIII y san Juan Pablo II, y al cabo de pocos meses otro papa es beatificado de nuevo, en este caso Pablo VI.
La Iglesia católica cuenta con 80 papas santos. En los nueve primeros siglos de historia, hay más papas santos (73) que no canonizados (36). Por el contrario, en los últimos diez siglos, desde la segunda mitad del siglo ix hasta la actualidad, apenas se cuentan siete papas santos, de los cuales tres nacieron o murieron en el curso del siglo pasado: san Pío X, san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Respecto a los papas beatos, aún no canonizados, hay un total de diez, de los que dos: Pío IX y Pablo VI son también de estos últimos tiempos.
A la vista de estos datos parece que puede afirmarse que Dios ha querido que en estos tiempos convulsos y hostiles a la fe cristiana, tiempos en que por primera vez en la historia de la humanidad una civilización, la occidental, la antigua civilización cristiana, presume de un laicismo radical, brille en la Sede de Pedro la santidad. Si repasamos la historia del mundo nos damos cuenta de que la presencia de la religión en la vida social ha sido algo ordinario y universal y que la secularización actual, tan insistentemente alabada en nuestros días, es un fenómeno totalmente extraño y contrario a lo que surge naturalmente en la historia de los pueblos y naciones. Como tantas veces han recordados los papas en su magisterio la fe no puede ser vivida sólo en la vida privada, también las sociedades tienen que tener en el centro de su vida social y política a Dios. Pero en estos tiempos verdaderamente recios, una vez más vemos cumplidas la palabras de san Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
La vocación universal a la santidad es, sin duda, el mensaje central del Concilio Vaticano II: el mundo de hoy requiere más que nunca del testimonio de santidad de los miembros de la Iglesia; este es el único camino realmente eficaz para la nueva evangelización tantas veces reclamada por el magisterio de los últimos vicarios de Cristo. Y este mensaje del Concilio Vaticano II ya ha tenido abundantes frutos en nuestros días. Nuevos movimientos apostólicos suscitan la santidad de sus miembros, nuevas y antiguas congregaciones religiosas con renovada fidelidad han visto como crecían también las vocaciones en sus institutos religiosos, numerosísimos testimonios heroicos de vida cristiana, muchos de ellos silenciosos y escondidos a la mirada de los hombres, sólo Dios los sabe, y otros que en tantos países han dado y continúan dando testimonio heroico y público de su fe, derramando su sangre. Junto con ello el ejemplo admirable de los papas que han regido a la Iglesia en estos dos últimos siglos. Por ello ahora con gran gozo hemos querido dedicar este número a la memoria del beato Pablo VI, el papa del Concilio Vaticano II, que tuvo que sufrir aquel vendaval de desorientación que invadió a muchos ambientes eclesiales como consecuencia de las sesgadas interpretaciones del Concilio y que supo «conducir el timón de la barca de Pedro» con un admirable y extenso magisterio del que nos hacemos eco en las páginas de nuestra revista.

Cristiandad LXXII/1002 (Enero 2015)