El Adviento y el Reino de Cristo en la tierra

El martes de la primera semana de Adviento, encontramos en la primera lectura un fragmento del profeta Isaías que vale la pena desglosar un poco para ver lo que será el reino de Cristo aquí en la tierra.
Dice Is 11, 1-10:
«En aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre Él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastoreará. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey.
El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo, porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de todos los pueblos: la buscarán los gentiles y será gloriosa su morada. Aquel día el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar al resto de su pueblo: los que queden en Asiria y en Egipto.»
Si leemos con atención estas palabras vemos reflejado en ellas lo que será el reino de Cristo aquí en la tierra.
Ante todo debe verse la aparición del vástago que florecerá de su raíz, un renuevo del tronco de Jesé, es decir, un hijo de David, que no es otra cosa que la aparición de Jesús en su segunda venida. En esta venida con gloria traerá el Espíritu del Señor, que son los siete dones del Espíritu Santo y con ellos, antes que nada destruirá al impío con el soplo de su aliento, es decir, todo poder antiteocrático, y Satanás será ligado por mil años para que no extravíe más a la naciones, (Ap 20,2-3). Entonces empezará a establecer su reino en la tierra, comenzará a juzgar. Este juicio no será como los humanos en los que siempre las apariencias y la importancia de los hombres principales trae como consecuencia el juzgar a favor de ellos, sino que lo hará con equidad, tanto al rico como al pobre, es decir, no se dejará llevar por nada injusto. Y si impera la justicia en la sociedad reinará la paz, pues la paz es la tranquilidad que da el orden y si hay justicia hay orden y si hay orden hay paz y Cristo, aunque ya trajo la paz en su primera venida en raíz, la traerá en plenitud en su segunda venida, porque Cristo es la misma paz.
Esta paz será paz individual, paz con Dios, paz familiar y paz social e internacional. Ello significa que estaremos en paz con nosotros mismos, con nuestra conciencia, y con Dios, paz en las familias y también paz social e internacional, pues no habrá guerras, ni la gente estará preparada para la guerra, como el mismo Isaías dice en 2,4, pues no sólo «no alzarán la espada gente contra gente», sino que ya «ni se ejercitarán para la guerra».
Como consecuencia volverá el orden al universo que, como dice san Pablo, quedó herido con el pecado original (cf. Rm 8,18-22) y muchas de las cosas que se desordenaron volverán a su sitio, entre ellas los desastres de la naturaleza y la fiereza de los animales, pues los animales, según el designio de Dios en la creación eran únicamente herbívoros, según dijo Dios a Adán en el Génesis: «y a todos los animales les doy para comida cuanto de verde hierba la tierra produce.» (Gn 1,20) Entonces volverá la paz entre ellos y, lógicamente, tampoco el hombre será atacado. Y entonces se llenará el orbe de la ciencia del Señor, de tal forma que en ningún rincón del mundo creado habrá nada que no sea sometido a la ciencia del Señor y el ejemplo que pone Isaías lo muestra muy gráficamente, pues así como el agua del mar llena todos los rincones de las rocas más multiformes que hay bajo el mar, sin que exista ningún lugar que no esté en contacto con las aguas así en todo el universo todas las personas serán dóciles a la gracia del Señor.
Finalmente lo más esperado es que todos los pueblos y naciones verán esta enseña, al Hijo del Hombre venir con toda la majestad y todos los pueblos le buscarán y hallarán en él su morada, muy especialmente el pueblo elegido, que será el primero en hacerlo, pues reconocerá en Él al Mesías y al Señor que cumplirá en ellos las promesas que tanto tiempo han esperado, la primera de ellas será devolverles a su tierra y a su ciudad, Jerusalén. Pero estas promesas, cumplidas en primer lugar para los judíos, también serán extendidas a todas las naciones, creyentes por la fe, como fueron prometidas a Abraham (Gn 17,1-9). Esta es la realidad que nos espera y que cada año nos trae el Adviento, pero esta realidad cada vez está más cerca. Animémonos y alegrémonos con esta esperanza y preparémonos gozosos, pues cada Navidad se hace un poco realidad esta feliz promesa. Que la venida del Niño Jesús prepare nuestro corazón y el de todos los hombres de buena voluntad para la otra gran venida que todos esperamos. ¡Ven, Señor Jesús!